13 de diciembre de 2010

Soñadores

Ausencia.
Como previa del retorno les dejo este proyecto en ciernes de una novela, que planeo finalizar en cuanto las ideas sobre la historia se me acomoden. Varios ya la conocen, de cuatro capítulos publicados originalmente en Facebook, que aquí condensé como dos. Éste es el primero, pronto traigo el segundo y otras cosas.

Dentro de un año

- No hay un Dios.
- Sí lo hay.
Brandon y Ray se miraron una vez más, parados al borde del abismo. Debajo de ellos la hendidura se prolongaba por kilómetros, y el fondo estaba oculto en la niebla.
- Si no lo hay, ¿Cómo explicas el sueño que tuviste? – Cuestionó Brandon.
Ray lo miró, hastiado. El sueño, que tuvo por primera vez meses atrás, era bastante claro en su mensaje: Él y Brandon estaban parados al borde de un abismo sin fondo y Brandon lo mataba de un disparo.
Bajó la mirada una vez para ver el arma en manos de su amigo y otra vez para contemplar la oscuridad que parecía querer tragárselo.
- Mi mente.- Contestó.- Con el poder de mi mente pude anticipar lo que iba a suceder. No tiene nada que ver con un ser superior.
- ¿Ah, sí?- Repuso Brandon. – Vamos, Ray. Somos amigos desde niños. Eres más inteligente que eso.
- ¿Qué quieres decir? – Preguntó Ray, extrañado. Era verdad que conocía a Brandon desde su infancia, y reconocía que no tenía ningún sentido que fuera él quien lo asesinara esa mañana en ese lugar. Pero no podía entender a qué se refería.
- Que si no pudiste hacer nada para cambiar lo que viste, quieres decir que estás limitado por algo superior.
Ray abrió los ojos sorprendido. Brandon tenía razón. Todo se había dado tal cual su sueño lo había predicho. Sus acciones fueron comandadas, dirigidas para llevar a cabo su papel en los hechos. Caer, caer hacia la muerte.
- ¿Vas a matarme? – Preguntó, tembloroso.
- Nunca lo haría, y lo sabes bien. Somos como hermanos, ¿Cierto?
Ray cerró los ojos con tranquilidad. Confiaba en Brandon y en que su sueño no sucedería.
Un momento después Brandon levantó el arma y de un disparo reventó el lado izquierdo de la cabeza de Ray. Su cuerpo cayó al vacío, y continuó cayendo hasta que Brandon lo perdió de vista.
Un momento después Brandon soltó el arma, horrorizado.

Capítulo I
“Buenos días, buenas noticias”

Sus párpados, aunque pesados, se levantaron rápidamente. Un espasmo sacudió todo su cuerpo, al tiempo que un miedo primigenio se apoderó de su conciencia. Su mirada bailoteó, casi desesperada, en busca de aquel lugar, donde acababa de estar. Y, al descubrir fehacientemente lo que había sucedido, pudo relajarse otra vez.
Había sido un sueño.
Sus ojos, ahora tranquilos, se ocultaron nuevamente, a la vez que dejó escapar un largo suspiro. Muy real.
Raymond Allen se irguió con un leve esfuerzo, aún adormecido. Sus pies buscaron infructuosamente algún tipo de calzado, sus manos se movieron en círculos por su cara y cuerpo, despabilándolo, refregándose.
Su camiseta, toda arrugada, revelaba la figura de un adolescente común y corriente, sólo formada por buenos hábitos alimenticios. Sus manos rápidamente se movieron para reacomodarla e intentar inútilmente alisarla alrededor de su torso.
Con un enorme esfuerzo, esta vez, levantó las persianas, permitiendo que el sol bañe su cuerpo y castigue su mirada, forjando a sus pupilas a acostumbrarse a la luz. Sus azules ojos, empequeñecidos, se enfrentaron al nacimiento de un nuevo día en la ciudad.
Allá, afuera, algo estaba ocurriendo. Lo sabía. Él…
- Eh, Ray, buenos días. – Le dijo una voz desde el pasillo. La puerta, abierta de par en par, permitía que cualquiera viera el despliegue íntimo de la habitación de Ray. La voz era de su compañero de cuarto.
Compañero de cuarto era más bien un decir, dado que dormían en cuartos separados y entre ambos se costeaban el pago del departamento. Sin embargo, habían sido amigos desde la infancia. No era difícil suponer que terminarían compartiendo un departamento.
Aún somnoliento, Ray le respondió.
- Brandon. ¿Qué tal?

-o-

Annette abrió los ojos lentamente. Frente a ella los rayos de sol matinales se colaron por las celosías, clara muestra de una nueva y hermosa mañana. Llevaba horas durmiendo y aún no quería despertar. De todos modos, mucho no podría hacer.
Sobre la meza de luz reposaban todos los libros que había leído en los últimos meses, todos ellos de suspenso, su género favorito. Sin embargo, su lectura se había vuelto tan monótona y rutinaria que había algunos días en que prefería ignorarlos. Éste era uno de esos días.
Apartando la mirada se encontró con la puerta abierta. Se quedó mirando en esa dirección fijamente, preguntándose por qué debería salir. Se lo preguntaba porque un lejano instinto le decía que algo no estaba bien, que algo era distinto.
Sobre su cabeza colgaban decenas de fotos en la pared, casi todas de ella y sus amigos, a excepción de unas cuantas en las cuales se la veía repetidamente acompañada por un hombre mayor que ella. Sus canas y expresión madura contrastaban con la infantil expresión de Annette. Ella, poseedora de una cabellera rubia y una profunda mirada de ojos grises, había sido siempre el tesoro de su familia. Y de todos.
Pero, aunque revisó su entorno minuciosamente, todavía no podía hacerse una idea de qué era lo que estaba mal.
En un esfuerzo sobrehumano, a su entender, decidió bajarse de la cama. Ya de pie, tuvo que moverse lentamente para llegar al portal.
A pesar haber abandonado recientemente la cama, las escaleras no supusieron un problema y pudo llegar rápidamente hasta la sala de estar, donde encontró a John.
John era el muchacho de las fotos. Pero ahora, lejos de estar sonriente y de pie, yacía cómodamente en un sofá, profiriendo un ronquido de vez en cuando.
Annette sonrió y se acercó al televisor, que mostraba un programa de deportes. Casi sin pensarlo levantó el control remoto y comenzó a avanzar de canal. Hasta que un título la detuvo. Annette se acercó y subió el volumen.

Varios minutos después Annette ya había visto la misma noticia en varios canales, y entonces fue cuando se volvió alarmada hacia John.
- ¡John! – Gritó sin el menor cuidado.
John ni siquiera dio señales de conciencia. Annette se le acercó y comenzó a sacudirlo. Incluso utilizó el cojín para descargar algunos golpes sobre su rostro, pero John no hizo el menor movimiento.
Annette se resignó y miró nuevamente la pantalla. Allí, una voz en off explicaba los singulares e inexplicables sucesos que necesitaba que John oyera.
- … cación, a pesar de que han invertido todos los recursos posibles. Se trata de algo nunca antes visto, lo que alarma tanto a la población como a los especialistas. – Decía la voz, que era de una mujer notablemente afectada por los nervios            . – Repetimos: Las enfermedades están desapareciendo. Miles de personas han sanado milagrosamente  alrededor del mundo de las más variadas enfermedades, la mayoría de ellas terminales e intratables. Los científicos no hallan respuesta a este aparentemente benévolo misterio. Contrariamente a la inquietud que esto ha provocado, muchas personas han salido a la calle a festejar la nueva oportunidad que les ha sido entregada Por los que algunos creen que ha sido la interferencia de Dios. Por esa razón se espera que el Vaticano realice…
Annette seguía maravillada. Maravillada y confundida. Su personalidad escéptica se negaba a aceptar un evento tan irracional como el que estaba espectando. Por la pantalla desfilaban imágenes y videos de personas en las calles festejando el milagro. Annette comprendía su felicidad, pero no podía evitar por lo menos preguntarse qué significaba todo esto, y cuáles serían sus consecuencias.
De pronto se dio cuenta de qué era lo que estaba mal. El control remoto se deslizó entre sus dedos y cayó pesadamente al suelo. Junto con él cayeron lágrimas. Annette lloraba silenciosamente, parada allí donde estaba, en el medio de la sala, por lo que no tardó en buscar un asiento y sentarse a llorar. Pero su llanto no era de tristeza ni abatimiento ni nada parecido.

El sonido del control remoto llegó como un botón de encendido a la mente de John. Automáticamente abrió los ojos de par en par, pero cuerpo se mantuvo inmóvil, ya que su plan era dormir indefinidamente. De reojo pudo ver que la televisión aún estaba encendida, pero no alcanzó a ver qué sucedía en la pantalla. Entonces cerró los ojos y comenzó a ignorar lo que lo rodeaba para volver a la inconsciencia. Pero tuvo que abrirlos nuevamente. Había oído algo casi imperceptible, ocultado por los demás sonidos del ambiente. Aguzó el oído y de pronto comprendió qué era lo que oía, por lo que se volvió rápidamente para encontrar a Annette sentada detrás de él.
Allí estaba ella. Llorando sola, sentada cerca del televisor, todavía con su camisola y arrastrando a cuestas el soporte para su suero.
“¡Maldita sea, Annette!”, pensó, mientras se ponía de pie y se calzaba sus zapatillas. “Sabes que estás enferma y no puedes dejar la cama”
Sin prestar atención al televisor, se acercó a ella para ayudarla.

-o-

El Buró Federal de Investigaciones, también conocido como FBI por sus siglas en inglés, está dividido en su moralidad como una moneda. Una cara es la que el público conoce. La otra es a la que sólo las altas esferas del gobierno tienen acceso.
Eso cumple dos objetivos. Por un lado, resuelven los temas que en manos del público sólo generarían dificultades, y por otra, pueden llevar a cabo tareas que no respeten las leyes públicas.
Tal es la razón que reúne a dos agentes experimentados esta noche. Los extraños sucesos ocurridos en fechas recientes alrededor del mundo han conmocionado a los principales centros de investigación, tanto científicos como federales.
Sin embargo, son estos últimos los que entienden más el fenómeno que se cierne sobre el planeta.
Uno de los dos agentes extrajo un sobre de papel madera de su saco. El otro rápidamente lo atrapó con sus manos.
- ¿Es la lista? - Preguntó
Su interlocutor asintió sin emitir sonidos.
- ¿Quién más lo sabe? – Preguntó, presionando a su acompañante. Éste, por fin, decidió responderle.
- El Presidente, el Secretario de Defensa y unos pocos más. – Un silenció dominó el ambiente, mientras ambos avanzaban por el pasillo. – No abra el sobre. A las veintidós horas recibirá sus órdenes en este celular – Dijo, mientras extendía su mano mostrando un aparato diminuto. – De este sobre depende la seguridad de la Nación, agente Jenkins. Y por lo tanto, depende de usted.

-o-

- ¡No estoy enferma! – Exclamó de pronto Annette. El sonido de su voz llegó hasta la calle, alarmando a los transeúntes. Aunque muchos de ellos continuaron su camino, otros se detuvieron a mirar, movidos por la curiosidad. John cerró las ventanas.
- Por favor. – respondió John, calmando su tono de voz. – Vuelve a la cama. No es bueno que te pongas así.
Annette se arrancó el suero del brazo y tomó asiento pesadamente en un sillón.
- No me moveré.
John hizo ademán de acercarse, pero Annette lo miró rápidamente y se puso de pie.
- Hoy, cuando desperté, sentí algo extraño.
- Aquí vamos de nuevo… - Comentó John, visiblemente harto.
- ¡No es una mentira! – Gritó Annette, sobresaltando a su pareja. – Hoy desperté y sentí algo extraño. No sabía que era, pero cuando vi las noticias, lo noté. Me sentía mejor. ¡Me sentía bien! Con ganas, despierta. No fue como los últimos meses, sola en la cama, incapaz de poner un pie en el suelo. – Se detuvo, miró la pantalla del televisor, ahora apagado. – Hoy fui capaz de eso. Fui capaz de bajar, encender el televisor. ¡Y lo vi!
John sabía que iba a decir. Era la tercera vez que iba a hacerlo. Una cosa sin sentido, claro. Decía que las enfermedades desaparecían, la gente estaba sanando. Obviamente, no era real. Pero Annette seguramente lo creyó y ahora suponía que estaba sana. Pero eso no podía ser verdad.
- Sé lo mucho que lo deseas, Annie. Pero no es verdad… Detesto tener que decírtelo, pero…
- Pero nada. ¡John! – Annette dejó caer una lágrima. – John… Yo quiero vivir… quiero… Esto no puede llamarse una vida… No veo a mis amigos… No recuerdo cuando fue la última vez que dejé la casa… Necesito sentir, ser alguien… - Dijo, entre sollozos.
John se acercó lentamente para abrazarla. Su única meta era llevarla a la cama y llamar al doctor. Pero cuando la tuvo entre sus brazos, Annette continuó hablando.
- ¿Por qué pasa esto, John? Hoy, de pronto, la gente sana…
Estuvo a punto de decirle que ya no siguiera con eso, pero de la boca de John salieron otras palabras.
- No fue hoy. Comenzó hace cinco días.
Annette se soltó y se alejó de él. John la miró y tardó en comprender por qué lo hizo. Y luego comprendió lo que él mismo dijo.
- Me dijiste que no habías visto las noticias. Que era todo una mentira. – Farfulló Annette entre dientes, enfurecida.
Y era verdad. John no sabía nada de eso y había puesto todo su empeño en negarlo, pero ahora, de repente, tenía una duda. ¿Había visto las noticias? Reconoció que no podía afirmarlo con seguridad. Su mente no podía responderle, caía alternativamente entre una respuesta negativa y otra positiva. Él no había visto las noticias. El sí había visto las noticias. No sabía nada, pero sí sabía algunas cosas.
- No… No entiendo. – Alcanzó a decir. Annette lo miró extrañada. Pero él no puedo esbozar otra respuesta.
Annette lo presionó.
- Entonces… ¿Viste las noticias, o no las viste?
John la miró, y continuó mirándola durante largos minutos. Hasta que por fin le respondió.
- Creo que lo soñé.

-o-

- ¿Puedes creerlo? – Preguntó Ray. Mientras masticaba un precario sándwich hecho en unos minutos. La pantalla del televisor desfilaba imágenes ante su rostro.
- ¿Qué cosa? – Cuestionó a su vez Brandon.
- En la tele dicen que ahora las enfermedades se están yendo. Están sanando.
Brandon lo miró abrumado. Lo que acababa de escuchar no podía ser real. ¿El mundo libre de enfermedades? Eso sí que era grande.
- Pero… ¿Por qué? – Interrogó.
- Nadie sabe. – Contestó Ray, antes de hacer una pausa. – Pero lo curioso… Lo curioso es que hace una semana soñé algo parecido.
- ¿Ah, sí?
- También estabas tú, y una chica. – Dicho esto, se iluminaron los ojos de su amigo.- No, no lo sé – Contestó Ray a la obvia pregunta. – Claro que no me importó. Y no estoy seguro si era sobre esto, pero algo así, un cambio… Bah, no recuerdo bien.
Ambos miraron la pantalla, que enfocaba a un doctor soltando explicaciones apresuradas a un grupo de periodistas. Los siguientes minutos continuaron con testimonios de pacientes recuperados del VIH y de fiebre amarilla. Cuando los reportajes terminaron y los periodistas dedicaron su atención a otro tema, Ray habló de nuevo.
- ¡Ah! Ya recordé. Al final del sueño se acababa el mundo. Pero tenías una expresión divertida.
- ¿A quién le interesan tus sueños, Ray? Son sólo sueños. – Comentó enojado Brandon.
Ray admitió que su amigo tenía razón. Ante un evento semejante, sus sueños eran de la menor importancia. Pero no podía dejar de pensar que algo no encajaba tanto como a él le gustaría.

-o-

Las luces se encendieron en la casa del agente Jenkins. Cuidadosamente depositó su pistola y su placa en una mesa, antes de dirigirse a la sala de estar, donde se quitaría los zapatos y estiraría los dedos entumecidos de los pies.
No quería encender el televisor. Sabía mucho más sobre lo que estaba sucediendo de lo que cualquier programa de noticias pudiera decirle.
Lo que realmente le interesaba era el contenido del sobre. La lista. Asunto de Seguridad Nacional. Asunto del FBI. Extrajo el sobre de su saco, y lo contempló seriamente durante unos minutos, tratando de ver a través del papel madera.
En el punto más alto de su concentración un sonido llegó hasta sus oídos, sorprendiéndolo. Al principio no logró reconocerlo, y luego comprendió de qué se trataba, cuando pudo ver en el reloj de pared que ya eran las diez de la noche.
Era el celular que le habían dado junto con el sobre. Deslizó la mano en su bolsillo y rápidamente extrajo el móvil que no dejaba de sonar. Su dedo presionó un botón y al momento siguiente escuchaba una voz desconocida en su oído derecho.
- ¿Agente Jenkins? – Preguntó la voz. Antes de que pudiese responder, continuó hablando. – Tenemos sus órdenes. Abra el sobre.
Jenkins se inclinó hacia delante, sin soltar el celular, y abrió el sobre utilizando sus manos. En el interior había una serie de papeles abrochados por una esquina, el primero de los cuales poseía sólo una lista de nombres, enumerados. Casi como en un índice.
Jenkins observó los nombres rápidamente. Allí leyó Annette Wilkinson, Jared Walden, Raymond Allen, Brandon Cayse, John Silva, entre otros. No pudo continuar porque la voz continuó con las instrucciones.
- Este papel vale el futuro de su país, Jenkins. – Afirmó la voz.
- ¿Qué debo hacer con estas personas? – Preguntó.
La voz se demoró en responder. Jenkins aprovechó para ojear la primera página. Allí, bajo el nombre de Annette Wilkinson, aparecía la foto de una joven rubia, de aproximadamente veinte años. En la foto pudo incluso distinguir el color de sus ojos. Eran grises.
En ese instante, la voz regresó.
- Sus órdenes son simples, Jenkins. – Afirmó, después de lo cual cambió su tono de voz, haciéndolo más apremiante. – Debe matarlas.

1 comentario:

Sole dijo...

Esto tenía que pasar eventualmente. Finalmente lo ponés acá.
Me debes una cabezera eh? nos estamos viendo