15 de junio de 2006

Posible

Me pongo de pie. Miro a mi alrededor. Lo que hace dos minutos estaba saturado de casas, ahora es un terreno vacío. Y es una ironía decir “hace dos minutos”, porque en realidad no será hasta dentro de diez años. En realidad no sé para qué vine aquí. Tal vez para conocer; o tal vez para cambiar las cosas, para evitar cometer esos errores. Pero falta mucho aún para eso. Faltan varios años. Yo... iré allí.
La luz es muy fuerte. No sé si me daña los ojos. Pero si es así, es un sacrificio que vale la pena. Pasaron ya quince años, pero yo no envejecí ni un minuto. Las casas están otra vez. Inclusive la mía. ¿Por qué hago esto? ¿Está bien? ¿Estaré yendo en contra de las reglas de Dios? No me importa mucho. Pero creo que debería.
Vuelvo a toser. El viaje me agota mucho. Ésta será la última vez. Pero me aseguraré de hacer las cosas bien. Una persona viene caminando. Me es familiar. ¿Seré yo? Si es así, sólo en materia. Porque he cambiado. Ahora soy otra persona. No. Está mal dicho. En unos años seré otra persona. Porque ahora soy él. Es yo, pero tan joven como me gustaría volver a ser. Me veo caminando hasta la tapia, y saltándola con una majestuosidad que ya había olvidado. No debo verme. Si lo hago, me acercaría con curiosidad, y no sé cuál sería el efecto. El resultado. Imagínense. Me veo a mí mismo, y después me convierto en otra persona. ¿Cambiaría aquí? ¿O nunca viajaría? ¿Se crearía una línea paralela? Siempre busqué una respuesta a esas preguntas, pero ésta era la única forma de saberlo.
“Eh, chico”, lo llamo. No se da cuenta la primera vez. Y ahora comienzo a recordar. Un tipo vino a verme, y yo no le hacía caso. Me llamó una segunda vez. Pero... soy yo el que llama. Si decido no llamar una segunda vez, nunca recordaré que lo haya hecho. Pero lo hago igual. “Aquí, ¿no me oyes?”. Ahora sí se da vuelta. Y también puedo recordar por qué me di vuelta. Porque el tipo me sonaba familiar. ¿Quién era?. Era yo mismo. Se acerca, pero cautelosamente. Como yo lo hubiera hecho. “¿Qué necesita?”, me pregunta. ¿Qué necesito?, debo preguntarme. ¿Cambiar mi vida? ¿Para bien o para mal? Ahora me pregunto... ¿Qué pasará con nuestra alma? Es una sola. Pero aquí nosotros somos dos. ¿Pueden haber dos almas iguales? ¿Dos cuerpos ig1uales? ¿Qué pasará si nos tocamos? “Nada, mejor me voy” “Espere” ¿Porqué me detiene? Ya lo recuerdo. Le dije que no se vaya porque había visto algo en él. La misma marca que tengo en la cara. “¡Rayos!”, dijo. Se dio cuenta. Yo me di cuenta entonces. Y me dije. “¿Es realmente posible?” “Lo es”, me respondo. “No puedo quedarme aquí mucho más” “Lo entiendo”, me dice, como si supiese lo que está pasando. Tengo muchas ganas de prevenirme de todos los errores que voy a cometer. Negocios malos, decisiones mal tomadas. Errores estúpidos que arruinaron mi vida. Lo mal que traté a muchas personas. Lo poco que cuidé a... Ella. Pero no debo. Yo no debo. No le diré nada. Mi siguiente recuerdo se forma a la vez que me desvanezco en el flujo de energía. Veo al tipo desvanecerse en el aire. ¡Desvanecerse! Desde entonces me propongo la idea de viajar por aquella dimensión inexplorada.
Viajar en el... tiempo.
¿Será posible?

Swords & Sorcerers - Capítulo I - Padre e hijo

Una época de paz... que se acabó abruptamente. Así me lo contó mi padre. Un terrible cataclismo que acabó con el mundo como lo conocíamos. Claro que mi padre no vivía entonces, a él se lo contó su padre. Le contó como fue que ese vórtice de luz acababa con todo nuestro presente y lograba destruir reinos enteros, en cuestión de segundos. Lo que vino después fue peor. Ese vórtice no era más que un portal. Un portal a un mundo donde la magia reinaba. Donde los Elfos y los Orcos son cosa de todo los días. Y ese portal trajo la magia y a esas criaturas a nuestro mundo, y lo cambió para siempre. Pasaron ya cien años desde entonces, y el mundo es otro ahora. Es algo completamente distinto; ahora es un mundo poblado por monstruos, espadas, y hechiceros...

Mi padre murió cuando yo tenía diez años. Recuerdo aquel momento como si fuese ayer. Un bandido elfo salió de la oscuridad, y le clavó una daga en el abdomen. Antes de irse le dijo “... Saludos de Garrawine...”; lo escupió, y después de mirarme como indicándome que debía cuidarme, huyó. Yo sabía por qué había pasado eso. Mi padre trabajaba para un... señor del crimen. Creo que le debía algún dinero, y, por lo tanto, decidió que era hora de deshacerse de él. No pude soportarlo. Ese mismo día busqué a la escoria que había asesinado a mi padre y le arranqué la garganta. Desde entonces decidí que si no podía ser unos de los buenos, sería un asesino... el mejor de ellos.
Y con ese pobre infeliz que asesiné a los diez años, tuve mi bautismo de fuego.Hoy, me trae a este castillo un objetivo más en la misión de mi vida. Un sujeto de apariencia extraña me entregó cuatro mil piezas de oro a cambio de que asesine a un tal Jarrde, un hechicero anciano. No fue difícil. Tomé una de esas espadas decorativas y se la incrusté en el tórax. Todavía está ahí, retorciéndose.
Oigo algo. Como pasos apresurados, subiendo las escaleras en esta dirección. Creo que son dos personas... están murmurando algo ahora; mejor me oculto para escucharlos.
“Maestro Tirahel, ¿Cree que mi Maestro esté bien?” Parece un niño, como de 15 años. “No puedo usar Clarividencia, joven, pero sé que Jarrde estará bien”... Un anciano le contesta. Creo que voy a tener problemas. Parecen venir hacia aquí, y creo que conocían al anciano. Rayos, ya encontraron el cuerpo.
“Revívelo, Maestro, por favor”. “No puedo hacerlo, aprendiz, lo asesinaron con un arma que él mismo conjuró, me lamento que es imposible”. “¡No!, por favor, no puede morir. ¡Maestro Jarrde!”.
El niño llora. El hechicero lo consuela. De repente, el llanto cesa.
“¡Maestro! El asesino aún está aquí” “¿Dónde, aprendiz?” “¡Allí!, detrás de esa columna. ¡Bola de Fuego!”
Tuve que saltar, y rodar en el piso para evitar ese hechizo. La columna que quizá por cientos de años estuvo allí, estalló en lo que se tarda en abrir y cerrar los ojos. Me abalancé sobre el niño que parecía estar cansado por el conjuro que acababa de realizar y lo tumbé al suelo. Después, usando su propio bastón, golpeé al hechicero anciano, que cayó al suelo. Luego sentí una fuerza terrible golpeándome la cabeza, para después ver como el universo se oscurecía.
Veo a mi padre caminando hacia mí y diciéndome “¿Esto es en lo que te has convertido? ¿En un asesino de ancianos?” “Pero, padre, estoy haciendo esto para vengar tu muerte” “De la peor manera que podías hacerlo. ¿O acaso no te has dado cuenta de que arruinaste la vida de ese niño como aquel malhechor arruinó la tuya? Me has decepcionado” “¡Padre! Por favor espera...”
Despierto en lo que parece ser una mazmorra, con las manos y los pies encadenadas. Sin que me haya dado cuenta, el niño había estado ahí, mirándome. Se puso de pie y se acercó. “¿Tu nombre?”, me dijo.
“¿Quién quiere saberlo?” le pregunté. No contestó. Entonces usó otra pregunta. “¿Por qué?” “¿Por qué qué?”. Se acerco aún más, a tal punto que podía sentir su aliento frío, típico en los hechiceros, y me preguntó “¿Por qué mataste a Jarrde?”
No quería contestarle. No era de su incumbencia. No debía contarle, pero... lo hice. “Me pagaron para matarlo. No lo conocía. ¿Podrías soltarme?”. La piedra preciosa incrustada en la punta de su bastón comenzó a brillar. Brilló más y más fuerte, y yo creí que esa sería la última luz que vería brillar. Cuando de repente, alzando su bastón a la altura de mi cabeza, exclamó “¡Libre!”. Y las cadenas se soltaron, acabando con el terrible dolor que me causaban en las muñecas. Me puse de pie y descubrí que la altura del niño llegaba hasta mi pecho. Me miró a los ojos y recordé en su mirada mis ojos al ver al asesino de mi padre. Entonces me di cuenta de que podía hacer algo. Algo que, en el fondo, encontraría la redención para mi padre, el niño y para mí. Y le propuse algo que creí que jamás podría decirle a alguien.
“Tienes dos opciones ahora. Aunque lo creas o no, estoy arrepentido por lo que hice, y creo que existe sólo una forma de que pueda redimirme y poder saldar la deuda que tengo contigo. Por un lado, puedes intentar matarme para vengar a tu maestro. Y por el otro, puedes ser mi protegido y dejarme ocupar el lugar de Jarrde”.
Frunció el ceño tan fuerte, e hizo rechinar tan fuertemente sus dientes que pensé que elegiría la primera opción. No sé en qué habrá pensado, no tengo idea de qué podrá haber pasado por su mente en ese momento, pero la decisión que tomó me sorprndió. Cuando abrió su boca, con la voz un poco temblorosa, me dijo “¿Tu nombre?”. “Arkano, ¿Y el tuyo?” “Cefeo”

“¿Padre? ¿Padre? ¿Estás ahí?”
“Aquí estoy, hijo”
“Perdóname por no poder vengar tu muerte como quisiste”
“Pero hijo, supiste redimirte y has terminado sabiamente con el objetivo que te habías propuesto. Y con respecto a mi muerte, hijo, considérala vengada, considérala... vengada”.