31 de diciembre de 2007

Uy. Fin de año.

31 de diciembre. El último día del año.
Nos paramos y miramos atrás. Vemos un lejano y borroso primero de enero, alejándose y perdiéndose en lontananza. Delante de él se encuentra un año, apretado entre ese primero y este 31. Un año que probablemente contenga diversas experiencias, múltiples situaciones e incontables recuerdos, cada uno tan valioso como el otro.
Recordamos el día en que vimos a un amigo después de tanto tiempo y le damos mucho valor... Y entonces ignoramos esos días en los que no pasó... "Nada".
Esos días en los que sopló un viento, nos pusimos un buzo, y alguien nos dijo "te quiero". Esos días en los que estábamos vivos. Y no nos detuvimos a darnos cuenta de que era cierto.
Esos días en los que no miramos más allá de las apariencias, en los que no descubrimos belleza entre las curvas de ls árboles, en los que no apreciamos esa mirada que tanto nos buscaba.
Esos días en los que la existencia y la creación seguían ahí para nosotros. Y no reconocimos la majestuosidad del universo en el que vivimos.

Cada día es un regalo. Un año que pasa es una tonelada de vivencias para valorar. Hoy, 31 de diciembre, miremos atrás y... Seamos felices.

Feliz año nuevo!

10 de diciembre de 2007

A Blog's Tale II - Dime con quién andas, y te diré quién eres... ...¡¡¡¡Pirata!!!!

Nota: Pueden leer la primera parte aquí A Blog's Tale I - “De las mujeres, los siete mares, y la cerveza, o, como lo dijo Santorio, cómo arruinar la vida de un amigo y compañero”

Toda historia tiene su principio, suelen decir. Y, como todo grupo de amigos, Los Aventurados no aparecieron de repente en algún lugar, sino... Algo muy parecido. Ellos se conocieron en un pequeño pueblito español, Luhmihsol (que en realidad era un fonema onomástico de la frase “Luz, mi sol”, pero pronunciada en el dialecto de los lugareños), y se puede decir que el responsable de aquella unión fue, en mayor medida que el resto, Leónidas el religioso.
Leónidas, hombre de honor como pocos los hay, fue criado por una noble pareja de granjeros en las lindes de una capilla. Su madre, una bella mestiza morena, había adquirido la costumbre de asistir a misa todas las mañanas, incluso si no había un solo curita en el descuidado edificio eclesiástico.
Esta agitada mujer, que trabajaba noche y día para alimentar a sus diez pequeños hijos, de los cuales Leónidas era el mayor, encontraba consuelo a su pesada vida en el crucifijo de dos metros de altura ubicado tras el altar. Y, como era de esperar, su primogénito había heredado estas costumbres, apegándose cada vez más a las actividades católicas.
Fue una vez, una calurosa tarde de verano, cuando Leónidas se encontraba expulsando a las ratas de las cosechas, que un extraño muchacho llegó hasta las puertas de la iglesia.
Leónidas, como buen vecino que era, se le acercó de manera gentil a preguntarle la razón de su visita. El joven de pronto se puso de pie, erguido y portentoso. Se presentó como Santorio, peligroso pirata de mar, avezado espadachín y hábil jugador.
Leónidas entonces quedó maravillado. Santorio no parecía un pirata, ni mucho menos, pero contaba unas historias muy interesantes, que parecía sí haberlas vivido, pero siempre modificadas un poco para su conveniencia.
Se hicieron amigos. Comenzaron a trabajar en la granja, ayudando a su familia, y fue así durante dos años. Por las noches Santorio se adentraba en la maleza selvática que rodaba aquellos territorios, asegurando tener eximias habilidades de supervivencia. Pero siempre que regresaba, lo hacía magullado, herido y débil.
Un día Leónidas tuvo una excelente idea, una idea que cambiaría su destino y acortaría su vida. Le propuso a Santorio abandonar Luhmihsol y salir al mundo en busca de aventuras. Inmediatamente Santorio se mostró reticente ante aquella iniciativa. Leónidas, en respuesta a tal reacción, comenzó a indagar de manera exhaustiva el porqué de semejante respuesta. Días después, Santorio le reveló la verdad de la cuestión.
“No soy ningún aventurero”, le dijo. “Las aventuras que te he contado fueron las de mi señor, Juaro el magnífico, no mías. Yo fui su lacayo, un simple limpiabotas de barco. Viví en la miseria.”, explicó, entristecido. “Aquí encontré un amigo, y no quería perder eso en una reyerta marítima”.
Leónidas, emocionado ante tales palabras, insistió hasta convencer a su apesadumbrado amigo. Sus argumentos fueron muy simples: Toda su vida había vivido como granjero, y no quería morir de esa manera. Quería vivir la vida, y así debía hacerlo también Santorio.
Santorio pronto se dio cuenta de que tenía razón, y prometió regresar al día siguiente para abandonar el pueblo. Leónidas juntó sus más valiosas pertenencias – nada más que un Rosario, un Denario y un crucifijo – y se despidió de su familia, encomendando la vida de sus padres y la estabilidad de la granja a sus nueve adolescentes hermanos.
Dicho y hecho, al encuentro de Santorio, partieron.
Su primer parada fue en Bulería, una ciudad poco agradable al norte de Málaga. Santorio, atraído por las historias de aquel lugar, había insistido hasta el hartazgo que aquella fuera su primera visita. Leónidas, de mala gana, había aceptado, dando carácter de guía turístico a Santorio. Luego descubriría el terrible error que había cometido.
Bulería tenía todo lo que una gran ciudad española podía ofrecer: Belleza, calidez y bellas mujeres. Pero, al mismo tiempo, le sobraban pobreza, malas gentes, corrupción y suciedad.
Y ahí fue cuando Leónidas se dio cuenta de su error. Santorio lo llevaba a lugares como el Hotel “El ‘stafao!”, donde, coincidencialmente, sufrieron una que otra tima por parte de los dueños; la plaza “Aqueterrobao!”, donde fueron robaos; y la inolvidable visita al parque “Centenario”, donde Santorio fue atrapado asaltando a una anciana.
Durante su estadía en la cárcel, estos atrevidos muchachos conocieron a un hombre frío, de pocas palabras, pero de un noble corazón. Sin su intervención nunca podrían haber escapado, y su ayuda fue vital para pasar desapercibidos. Una vez fuera de peligro, se despidieron y se alejaron.
Ya estando a varios kilómetros, yendo a Málaga, Santorio se dio cuenta de que no le habían preguntado su nombre. “Que más da”, pensó.
La poco elocuente pareja se halló pronto frente a un gran buque en los muelles de Málaga. La imponencia de aquel bote mercante los había dejado pasmados, atrayéndolos desde el primer momento en que lo habían visto.
Santorio aseguraba nunca tener problemas para conseguir pasajes de barco, que su carisma era notable en esas ocasiones. Sin embargo sus ropas estaban rasgadas y su cara llena de golpes al regresar de una poco fructífera búsqueda de boletos de viaje.
Leónidas y él viajaron ocupando el lugar de unos bueyes. Incómodos por el lugar, más allá de la compañía de los demás bueyes que los miraban de reojo, quizás maldiciéndolos por haber reemplazado a sus amigos, se las ingeniaron para dormir en las noches, y sobrevivir durante el día.
En la primera jornada conocieron a un sujeto muy particular. En la oscuridad no se lo veía, es más, parecía compenetrarse de manera simbiótica con ella. Pero su presencia era innegable, de cualquier manera. Con el ir y venir de los días averiguaron su nombre. Le decían Wally el errante, hombre sin destino y con mucho coraje, dueño de su puñal y su alma, sin nada que perder. Lo habían visto pelear en una trifulca en esa misma bodega, y desde ese momento Santorio no pudo sacarle un ojo de encima. Temía que lo asesinara durante la noche.
En unas charlas que bien no recuerdan y algunas peleas que ahora no podrían imaginarse, Wally se convirtió en un verdadero colega de Santorio y Leónidas. Ya iban tres.
De todas las conversaciones, Wally en sus Memorias sólo recuerda una:

“...Le había dicho que mi nombre no era de importancia. Pero el niñato insistió. Se me acercó al oído y me dijo ‘… Vamos amigo, no saldrá de estas cuatro paredes…’, quizás sin fijarse en que estábamos en la cubierta, contemplando el mar.
Sin embargo, se lo dije de la manera más amenazadora que pude, para quitármelo de encima. ‘Wally el errante’ murmuré. Logré callarlo un segundo.
Lo que hizo a continuación me sorprendió mucho más de lo que lo hubiera hecho cualquier pirata en mi vida. Gritó de pronto ‘Entonces me conocerás por Santorio el... ¡Demente!, eso es. Y él es Leónidas... el religioso. Así es. Eso mismo’.”

Podemos descartar las acotaciones de Wally hacia este muy desbocado hombre.
Wally, Santorio y Leónidas llegaron, luego de un muy fatigoso viaje en alta mar, habiendo superado temibles hordas de piratas, feroces monstruos marinos y uno que otro nauseabundo mareo, a la misteriosa ciudad de Tánger.
Tánger era, como las leyendas susurraban en los más intrépidos y desprevenidos oídos, una ciudad pequeña repleta de muy laberínticas callejuelas. El trío lo descubrió pronto, al verse sorpresivamente perdido en una marea de personas que chillaban un lenguaje ininteligible.
Wally desapareció al primer momento. Su propia naturaleza lo alejó del grupo y Santorio pensó que nunca más lo verían. Pero, en ese preciso momento, aquella era la menor de sus preocupaciones.
Unos metros más adelante, unos bravucones atacaban a Leónidas. El buen hombre, en cambio, trataba de solucionar el conflicto civilizadamente, a medida que lo sacudían a empellones. Santorio se enfureció y tanteó con sus débiles manos donde debería estar la empuñadura de su sable. No fue muy sorpresivo, sin embargo, no encontrarlo allí; probablemente lo hubiese olvidado en el barco.
Su desesperación aumentó de una calma absoluta, hasta quizá placentera, a una vorágine de temores y sustos. Los piratas malvados que atacaban a su amigo eran por lo menos una decena, y él no podría hacer nada ni siquiera contra uno solo de ellos. Santorio cerró los ojos y...
“Atrás, horribles bravucones!!” exclamó de pronto un buen mozo. “Dejad a este buen hombre, ni siquiera sabéis su nombre!”, canturreó otro, laúd en mano. Pero de pronto, sus figuras se hicieron presentes.
El primero de ellos, de gran presencia, y muy bien vestido, se adelantó un paso mientras desenvainaba su espada. Detrás de sus anteojos sus ojos brillaron en un destello de audacia. “Atrás”, repitió, “Si no quieren ser atravesados por mi espada”.
El otro, hombre menudo pero macizo, se acercó en gráciles movimientos mientras sus dedos bailaban sobre las cuerdas del laúd. “Corred sabandija’, que lo’ haremo’ botija!”, exclamó, acompañado de unas dulces notas de su instrumento.
Los delincuentes los observaron con expresiones de sorpresa, pero totalmente dispuestos a abalanzarse sobre ellos y propinarles la paliza de sus vidas (si sobrevivían). Pero el que tenía la espada, después de hacer un movimiento más bien ridículo, exclamó “Me conocen por Giulius, el destructor de hombres! Y me dicen así porque destruyo hombres!”. Mientras hablaba, acompañaba sus palabras con estoques y movimientos de su arma resplandeciente. “He matado a tantos hombres que el mismísimo Diablo se asustaría. Algunas piensan que yo soy inmortal, y no está en mis planes contradecirlos!”.
Mientras el caballero distraía a los malvados, el músico se acercó a escondidas a un asustado Leónidas y le dijo, asegurándose se que nadie lo oyera, “Sabemos quién es. Venga con nosotros, hemos sido contratados para protegerle”. Leónidas lo miró desconcertado, mientras el hombre lo ayudaba a ponerse en pie. “¿Contratados?... ¿Protegerme?”, pensó, sin encontrar respuestas. De pronto, Santorio reapareció frente a ellos, con una espada corta en sus manos.
“¡Déjalo!... Escoria de alta mar! Este hombre es mi amigo y lo protegeré con mi vida”, exclamó, dirigiéndose al músico. Sus manos temblorosas se movían frenéticamente hacia los costados, meneando ridículamente la espada en signo de amenaza.
“Aléjate tú, serpiente de aguas profundas!”, gritó el músico. “La vida de este hombre vale la mía, así que si he de enfrentarte, lo haré gustosamente.”, dijo, mientras revelaba una espada corta oculta detrás de su laúd.
Leónidas, ya más tranquilo, comprendió que ambos contrincantes estaba confundidos. Ambos creían que el otro era uno más de los bribones irrespetuosos. “Está bien Santorio, podemos confiar en él”, le dijo a su nervioso amigo. Luego, girando la cabeza para ver a su benefactor, le dijo “Está conmigo. Si no viene con nosotros, no voy.”. El músico los miró a ambos, desconfiando, y guardó su espada. “Está bien. Pueden llamarme Marious.”, dijo, a lo que agregó “El señor Hathaway nos espera en su barco. Podemos huir por un pasadizo que sólo Giulious y yo conocemos, vengan.”
Leónidas miró a Santorio mientras Marious se alejaba y les hacía un gesto para que lo siguieran. La expresión confundida de Santorio no encontraba respuesta en la de Leónidas, así que siguieron al muchacho hasta adentrarse en una callejuela oculta.
Mientras tanto, metros atrás, Giulious seguía distrayendo a sus contrincantes. “… doce barcos hundidos, 14 fragatas incendiadas, y todas por mi mano, ¡Sí señor!... Si me temen y desean abandonar el combate corriendo por sus vidas, lo entiendo perfectamente. Yo que ustedes lo haría, pero…”, dijo, haciendo una pausa incómoda mientras su mirada cambiaba a toda velocidad. “… ¡¿Qué es eso?!”, exclamó, señalando hacia la otra calle. Los malhechores se dieron vuelta, sorprendidos. Giulius aprovechó entonces para escabullirse entre la multitud. Mientras se alejaba, podía oír los gritos frustrados del grupo de malvivientes.
Minutos después se encontró en el muelle con su amigo Marious, con el Sr. Hathaway, con el príncipe, y con un nervioso, asustado y completo desconocido.

6 de diciembre de 2007

Verde, que te quiero verde

Bueno, el título de esta entrada no tiene nada que ver con lo que voy a hablar.
El tema que hoy me trae aquí es esa inexplicable costumbre que tenemos algunos de dar consejos en un tema, cuando somos los menos indicados. ¿Se entiende?
Me refiero a, por ejemplo, cuando un muchacho está mal con su novia, y un amigo está mal con la suya. Así que uno ayuda con consejos al otro, pero sin poder aplicarlos en sí mismo. (Tipo Hitch, la película)
Desarrollemos ese ejemplo.
Marcos está saliendo con Marta y Mario está saliendo con Martina. Marcos tiene problemas. Marta lo ignora, no le da cariño, le es indiferente. Él sabe que eso es por algo que él hace y no puede descubrir qué es. Trata de hacerlo todo bien, pero… Algo le sale mal.
Por otro lado, Martina le reclama a Mario la constancia con la que éste entra en su vida, casi diaria, y, siempre, muy “afectuosamente”. Martina se siente oprimida, perseguida. Y Mario no se da cuenta. No la entiende, pero quiere hacer algo para mejorar las cosas. Sabe que cuanto más busque a Martina, más se va a alejar, y teme perderla, aunque él no quiere alejarse.
Mario es amigo de Marcos.
Un día, salen a tomar un café. Marta se fue al club literario y Martina se quedó durmiendo en su casa, de donde vino Mario. Marcos pide un café con leche con medialunas y su amigo un licuado de banana y un tostado de jamón y queso. Mientras esperan, Mario trata de comenzar una conversación con uno de los Temas Genéricos (próximamente en La Cueva de Normandía).
- Hace mucho que no salíamos a tomar algo, no? – Dispara, con la plena seguridad de que apela al costado amiguero de Marcos.
- Cierto – Asiente su amigo, pero sin involucrarse demasiado con la respuesta.
- Serán ya… ¿Cuánto?... tr--
- Tengo problemas con Marta, Mario. No sé que hacer – Lo interrumpe, sacando a flote su vena egoísta. Sus movimientos son nerviosos, apresurados. Su mirada se hunde, pero de pronto explota en un vaivén frenético.
- Contame.
- Hace ya… Tres semanas, creo, que… No me da bola. No me habla, no me abraza... – Se detiene un segundo, tratando de escupir lo que viene a continuación – Ni siquiera me mira!... Trato de hacer todo bien, pero… - Duda durante un segundo.
- Quizás la estás persiguiendo mucho – Indaga Mario, intentando acercar su situación a la de su amigo.
- No sé. No sé. – Duda – Mirá. Vos sabés, yo ya te conté. Ella me dice que la hago feliz, pero… Su cara y su actitud no me muestran eso. Primero, siento que fallo en algo, y segundo, me siento mal. Aparte, que ella esté mal me hace mal.
Mario reflexiona unos momentos. Recuerda unas semanas atrás cuando Marcos y Marta parecían las dos personas más felices del planeta. Iban de un lado al otro de la mano, sonriendo, con una sola cosa en la cabeza: Ellos.
Pero de pronto Marta había dejado de ser esa persona, mientras que Marcos era el mismo. Y eso se notaba por todos lados. Entonces, repentinamente, a Mario se le ocurre una solución.
- Mirá… Yo te diría que tratés de darle su espacio. – Hace un silencio para observar la expresión de su amigo – Seguramente lo que le pasa tiene que ver con que se ven todos los días y a ella la asfixia un poco. Dale su espacio y su tiempo, y vas a ver que ella va a volver a vos. Como se dice “Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
- ¿Vos decís que le corte? ¿Que le pida un tiempo? – Reacciona inmediatamente Marcos.
- Puede ser. Depende de ustedes. La conocemos a Marta. Ella se da cuenta de este tipo de cosas.
- Pero… ¡Yo no quiero terminar con ella!
- Marcos… No tenés que estar de novio con una persona para amarla. A tu vieja la amás y no estás de novio con ella.
Marcos de pronto se queda callado, tratando de entender lo que su amigo le decía. Pensaba en Marta, y en cuánto la amaba. Y que quizás eso que decía su amigo fuera lo mejor.
- Creo que tenés razón Mario. Voy a ver qué hago. Seguramente lo charle con ella – Dice, esta vez mucho más tranquilo.
- Me parece bien. – Acota Mario.
Se dan un momento para beber sus respectivos desayunos, y procesar lo charlado. Marcos está a medio camino entre la tranquilidad y el desasosiego. Su amigo tiene razón, pero es muy duro tener que afrontar semejante decisión. Más allá de que le haga mal, él la ama. Y no quiere dejarla.
Mario, por otro lado, entiende perfectamente a su amigo. Está en una situación muy similar. Martina se siente asfixiada. Atosigada. No lo ignora, pero le reclama constantemente el poco espacio que tiene. No sabe si hablar de eso, cuando…
- Y vos… ¿Qué onda con Martina? – Pregunta Marcos.
- Ehm… Bien, creo. – Se apresura en contestar. Aún no está seguro si quiere hablar de ello.
- Ah, me alegro. Mandale saludos cuando la veas.
Mario ahí se da cuenta de que debería haberlo hablado, pero comienza a pensar en dejarlo pasar. Prefiere arreglar sus cosas con ella y no cargarle más problemas a su amigo.
- Che, cambiando de tema… ¿Cómo vas con tu proyecto? – Pregunta, esta vez, enfocando un tema completamente distinto.
- Ahh, genial. Me falta terminar unos diseños para las últimas entregas, pero si todo sale bien, lo tengo listo para diciembre. – Responde Marcos, encantado de entrar en un tema en el cual sus sentimientos no jueguen el papel principal.
- ¿Diciembre? – Pregunta asombrado Mario. - Mirá vos. Yo creía que… - Se detiene de pronto. Su expresión cambia a sorpresa mientras abre los ojos de sobre manera. Marcos se asusta, y, siguiendo el ángulo visual de Mario, se da vuelta, tratando de averiguar qué le había causado tal reacción. Encuentra a una mujer entrando al bar, un mozo sirviendo unas gaseosas, un nene con un globo. Vuelve a mirar a su amigo y éste tiene un celular en sus manos.
- ¡¿Qué pasa?! – Le pregunta, totalmente desorientado.
- Nada. Recibí un mensaje. – Contesta, mientras revisa la bandeja de entrada. Marcos deja escapar una sonrisa, riéndose de su propia ridiculez. – Es de Martina.
Mario lee el mensaje y no lo comprende. Minutos atrás, mientras entraba al bar, le había mandado un mensaje diciendo “al final, salimos hoy o no?”. Y ahora ella le respondió “No sé. Chau.”. Su expresión de pronto se hundió en la oscuridad, mientras que la de su amigo parecía cada vez más luminosa.
- Bueno… Te cuento – Murmura de repente. – No estoy tan bien con Martina.
Marcos lo mira, desorientado. Hace unos momentos la expresión de Mario mostraba una profunda tranquilidad, pero, de un momento al otro, se había transformado, para revelar ahora una preocupada desesperación.
Él siempre había sido del tipo que confiaba en todos, que no tenía problema en hablar sus cosas. Pero Mario era más reservado… Le recordaba a Marta. Además, él conocía muy pocas cosas de Martina. Ella era un misterio para Marcos. Sus gustos, sus actitudes, sus preferencias.
- Ya hace unos días que me reclama que la asfixio. – dice en un suspiro. Marcos de pronto recuerda las alusiones que había hecho Mario a esa palabra durante la conversación. Ahora entendía por qué. – Dice que soy muy constante, que…
- Que la seguís mucho. – Interviene Marcos.
- ¡Sí!... Hace un tiempo estábamos de lo más bien, pero… no entiendo…
- De un día al otro parece haber cambiado como otra persona. – Vuelve a interrumpir Marcos, para demostrarle que lo entiende completamente. – Sé a lo que te referís.
Mario miró por el vidrio hacia la calle. La niebla invernal de la mañana todavía la ocupaba. Los automóviles, cuales fantasmas, la atravesaban repentinamente al deslizarse por el pavimento húmedo. Las tenues figuras de las personas que se bamboleaban por las veredas parecían estar quietas, mientras aceleraban frenéticamente en alguna dirección. Sus expresiones reflejaban la idea del incesante ir y venir rutinario. Sus ojos se perdían, sus miradas se nublaban. Los autos desaparecían, la niebla se hacía más pesada. Toda idea perdía consistencia mientras la imagen de Martina se formaba suavemente en la oscuridad de la calle.
- La amo, Marcos. Pero no sé qué hacer.
- ¡Dios! – Exclama Marcos – Yo no te entiendo. – Dice, dejando perplejo a Mario. – Me acabas de decir algo que se puede aplicar exactamente de la misma manera a vos.
- ¿A qué te referís? – Pregunta Mario, perdido.
- ¿Qué me dijiste que debería hacer con Marta?
- Que se den un tiempo… O algo parecido. Pero…
- Bien. ¿Y por qué no hacés lo mismo con Martina? Va a resultar lo mismo. Se van a separar un tiempo, se van a extrañar, van a volver, va a ser buenísimo.
- ¿Buenísimo decís? – exclama Mario - ¿Sos consciente? ¿Que la deje, para que estemos mejor? ¿Qué te pasa, Marcos?... Pensaba que eras un tipo inteligente. Primero te hacés el que está mal y todo eso. Y ahora venís y me decís esta barbaridad.
- No, esperá. No te hagás el desentendido. Vos me dijiste eso. – Refuta Marcos.
- Pero es distinto.
- ¿Qué hablás? Dale, no te hagas el gil. Estamos en la misma.
- “Marquitos”... Vos y Marta son un mundo aparte. Tomá. Te dejo diez pesos. – Busca en su billetera, y extrae dos billetes de cinco.
- ¿Te vas? – Pregunta desilusionado Marcos.
- Sí.
- No estarás enojado, ¿Verdad?
- ¡Noooo! – Niega Mario - ¿Enojado, yo? – Agrega, sarcásticamente, sin mirar a los ojos a su amigo.
- Dale, no seas boludo, quedate y charlamos. – Insiste Marcos, con una débil esperanza.
- No, tengo cosas que hacer. – Dice, mientras se pone de pie y se adelanta hacia la salida.
- ¿Qué cosas? Me dijiste que tenías toda la mañana libre.
- Chau Marcos. A ver si podés compartir tus “ideas locas” con otra persona. - Dice ya sin voltearse, dirigiéndose hacia el extrior.
Marcos se quedó sentado y se dio cuenta que Mario no había terminado su licuado. Miró hacia sus costados, se acercó y bebió un sorbo. De paso, mordió el tostado sin terminar.
Casi sin darse cuenta, por su cabeza pasó fugazmente la palabra “pelotudo”.

¿Vieron?
Mario estaba hecho pelota, pero se largó a darle un consejo a Marcos. Y Cuando le preguntó a Marcos que debía hacer con Martina, ni se le pasó por la cabeza que él mismo tenía la respuesta.
¡Dios! ¡Pasa todo el tiempo! Si se dan cuenta, los consejos que le das a los demás no se aplican en vos. Como en los comics. Los superhéroes soportan sus propios superpoderes, es decir, no se pueden dañar a sí mismos. Sino, Superman se quemaría la cara cada vez que tirara rayos de calor por los ojos. ¿Entienden?

5 de noviembre de 2007

Guerras de cortesía. O cortesía de guerras.

Estoy saliendo de El Ateneo. Cuando llego a la puerta, un pequeño cartel indica: “Tire”. Pero yo sé que la puerta se abre para ambos lados, así que empujo.
Voy con mi novia. Mantengo la puerta un segundo abierta, para que ella salga primero, cuando, de pronto…
Alguien quiere entrar.
Cargo mi cañón antiaéreo y disparo. Trato de que la persona pase primero. Una ráfaga de cápsulas de veinte milímetros rocía mi territorio, mientras la persona mantiene la puerta esta vez, haciendo un gesto para que YO pase.
Me niego, así que mando un regimiento de tanques acorazados e insisto en que se adelante esa persona. Ante su indecisión, tomo voluntad y mando mis tropas a cruzar la línea enemiga: Trato de pasar.
Será por coincidencia, el destino, nunca lo sabré. Pero la cuestión es que sus tropas se encuentran con las mías en un claro cuando tratamos de pasar al mismo tiempo. Ordena la retirada y da un paso atrás. En eso, cuando estoy por cantar victoria, recuerdo a mi novia y vuelvo un paso para dejarla pasar.
Un descuido permite la invasión inesperada: Una cuarta persona se adelanta, más decidida que mi enemigo, y entra al local.
El desenlace es rápido y ridículo. Mi novia y yo nos apretamos en el intento apresurado de salir mientras el desconocido sostiene la puerta.
Salteo un campo minado, y ya estoy fuera de la zona de combates.

Son las guerras de cortesía.
Cuando, en el mundo en que vivimos, se te ocurre tener un gesto cortés, amable, otra persona trata de hacer lo mismo, impidiéndote continuar.
Sucede en todos lados.
Por ejemplo, un cruce de calles. Un automovilista le hace señas a otro para que se adelante, pero éste último se encuentra igualmente cortés e invita al anterior a que cruce primero. Lo que sigue es una ridícula demostración de permisos que lo único que logra es retrasar a los involucrados.

Fíjense:
“¿Te sirvo gaseosa?” “No, dejá, ya me sirvo yo.” “Dejame que te sirva” “No, no hace falta, me sirvo solo” “Dale, te sirvo”… etc, etc…
“¿Te querés sentar? Tomá mi asiento” “No, no importa” “Dale, sentate” “No, está todo bien, me quiero quedar parado” “Tomá” (se para) “No, no quiero, en serio”… (esto probablemente termine con los dos sentados en lugares distintos)
“Pago yo” “No, pago yo” “Dejá, pago YO” “Te digo que quiero pagar”… (Típica)
“¿Querés más?” “No, ya estoy lleno” “Te sirvo un plato más, ¿Dale?” “No, estoy bien, gracias” “No seas tímido, comé” (lo que se llama cortesía en exceso)
Todo, todo el tiempo.

Esas ADORABLES frases obvias

Mi tía me mira después de largos años, y, sorprendida, exclama:
- Qué grande estás!
Mi sonrisa se desvanece pronto para sacar a flote un gesto de desaprobación, que pasa desapercibido ante la emoción de la mujer.
- ¡Cuando te vi eras así de chiquito! – explica, señalando con la mano en el aire, más o menos a la altura de su cintura. Casi sin pensarlo, observo. Y, luego de meditarlo para mis adentros, levanto la mirada, sonrío, y busco otro lugar en la fiesta.

Ya lejos de ella, pienso, más tranquilo. Después de siete años. ¿No sería lógico notar la diferencia entre un muchacho de diez años y uno de diecisiete?. Me respondo. Sí. Sí sería lógico. Tan lógico que es hasta obvio. Pero estúpidamente obvio!!
Claro que se va a notar la diferencia, por favor! Vello facial, decenas de centímetros de altura, expresiones, comportamientos. Incluso es hasta tan obvio, que la aclaración es estúpida.
Supongan: Ponen a su mejor amigo en una habitación, y le dan una pelota roja. Su amigo la mira durante un segundo, y, luego de una reflexión concienzuda, los mira a los ojos y dice:
- Es roja.

Estúpido. Estúpido. Obvio, redundante y estúpido. Claro que la pelota es roja! Se nota en el color! En el color!. Yo, por ejemplo, hubiera dicho: “¿Qué querés?”, o “De qué se trata todo esto, qué querés que haga?”.
Pero el chabón dijo “Es roja.”.
Guau. Totalmente inesperado.
Ahora, volviendo a lo de mi tía, ¿No creen que notar la diferencia de edad y apariencia entre diez y diecisiete años es algo estúpido?
¿Qué puedo decir?
“Sí, crecí.”
“Ahora estoy más grandecito, vio?”
“Sí, no sé qué me pasó. Un día me desperté y era más grande”.

Es obvio que voy a crecer! Soy un ser humano, de carne y hueso, en plena adolescencia! Señoras y señores, observen!!!: He Crecido!!. Guaaauuuu, aplausos, ovaciones, silbidos. Impresionante! Increíble! El chico de diez años que creció hasta los diecisiete! Inigualable, único!!!
Por favor! Así funcionan las cosas! Verde avanzá, Rojo, detenete. Sol, día. Estrellas, noche. Uy, hay estrellas! (Claro, estúpido).

Como en los comics. Los personajes suelen aclarar lo que hacen. Uno pierde la consciencia, y, en una caída que puede llegar a durar media hora, lanzan un monólogo acerca de su desvanecimiento. “Ohh, me desmayo!”, “Pareciera ser que los fluidos mezclados con mi bebida me han adormecido, pierdo el conocimiento, me desvanezco en la oscuridad, ohhh--”

Yo las llamo Frases Obvias.

“¿Qué estás dormida?”, “Sí” (¿?)
“Te vas a mojar si no llevás paraguas” (Por supuesto)
“Qué estás haciendo??!!” (Qué no ves??!!)
“Fuiste vos el que tiró la gaseosa?” “No sé.” (respuesta obvia omitida, es una variante)
“Qué día es hoy?”. “Domingo”. “Ta loco, ya es domingo?” (Sí, es lo que te acabo de decir!!)
“A las una vine aquí y son las tres. Hace como dos horas que te estoy esperando” (SON dos horas, no son COMO dos horas, amiga)
“Subamos arriba” “Bajemos abajo” “Entremos adentro” “Salgamos afuera”
“La hija de mi papá, o sea, mi hermana…”
(Te estás escuchando?)
“Perdí los anteojos” “Adonde?”
“Me robaron.” “Quién?”
“Te cortaste el pelo?”
(No, pasa que los jueves 13 se me des-crece)
“Ahh, viniste!” (Error, soy un efecto óptico)
Y otras. Tantas otras. Fíjense, las dicen a cada rato. Todo el tiempo.

15 de julio de 2007

Terminator se va a la tele

Si señores, parece que C2, la empresa propietaria de los derechos de Terminator (el robot que está bajo la piel del gobernador de California), se largó a hacer una serie.
La trama está ubicada entre las Terminator 2 y la 3, y relata las "aventuras" de Sarah y John Connor, mientras viajan en el tiempo, escapan de los terminators y los ayuda una terminator. Sí, dije "una" terminator, porque es chica. Copado, no?
Tengo un trailer, miren:



Y además, pueden ver, pero esta vez bajo su responsabilidad, tres clips del piloto de la serie. Para los inadaptados (como yo), Sarah Connor es interpretada por la que interpreta a la esposa de Leónidas en 300, John Connor por el mismo que hace de Zach en Heroes y la chica Terminator... No sé.
Pero Arnold no aparece ni un poquito. Supongo que su vida política le consumirá la de máquina asesina, no sé.



Y? Qué opinan?

11 de abril de 2007

Gran Hermano... ¡Nunca más!

No puedo negar mi asistencia diaria frente a la pantalla del televisor. Algunas veces se dará para ver alguna película, otras alguna serie, algún dibujo animado, algún programa.
Tampoco puedo contrariar a quien diga que algunos de esas transmisiones televisivas son de mi profundo agrado.
En cambio, si hay algo que puedo desmentir, es la afirmación que diga que no puedo vivir sin la televisión o sin algunos de los productos que me brinda.
La verdad es que si veo televisión es porque no tengo nada mejor para hacer.
Y si nos ponemos a pensar, si las personas no dependieran tanto de la televisión, la sociedad sería radicalmente distinta. Tendríamos alumnos más aplicados, trabajadores más concentrados y demás ocupaciones mejor ocupadas. Luego habría que vencer las otras adicciones, quizás más peligrosas y fuertes que ésta de la que hablo. Y luego habría que difundir otros medios más “formadores”, como la lectura, el estudio, etc.
¿Qué pasa con la televisión?
La televisión es la madre de los medios de comunicación masivos. Sabemos, claro, que la radio había aparecido antes, pero, según la actual definición de MCM (medios de comunicación masiva), la televisión es la que se lleva los laureles.
La televisión tiende a ser un gran moldeador de cerebros. Por lo general, las personas que ven tal o cual programa, terminan por adquirir las frases, actitudes o vestimenta que allí se presentan.
Actualmente, en la televisión argentina, hay un fenómeno que contagia hasta a los más bajos niveles de la sociedad, inunda a los más altos, y se apodera de los medios. Recordando el título de este post seguro que saben a qué me refiero. Si, si, si... Empieza con “Gran”, y termina con “Bochorno”.
Estoy hablando de Gran Hermano, señoras y señores, el reality show que llegó por cuarta vez, amenazando y cumpliendo sus amenazas. Sus amenazas son las de poca cultura, poca cultura, y menos cultura. La estafa televisiva más grande de todos los tiempos.
¿Qué vemos en Gran Hermano? Vemos gente común, viviendo una vida triste, aburrida y monótona, casi programada por la producción de ese reality show. Vemos gente durmiendo, tomando un mate. Discutiendo, acariciándose, amándose. Vemos gente.
Y nos olvidamos de nuestra vida, la real. Nos olvidamos de tomar nosotros el mate, de dormir, de acariciarnos, de amarnos. Dejamos de ser gente y nos convertimos en espectadores.
Nos convertimos en incondicionales zombies de la caja mágica, despertando cada mañana con los habitantes de la tan sublime casa frente a nuestros ojos, de la misma manera que nos dormimos, contemplándolos risueños en la madrugada o frenéticos en una fiesta.
Vi Gran Hermano. Veo Gran hermano. Pero si me preguntan, yo sí puedo vivir sin ellos. Puedo cambiar de canal y listo. Puedo ir a leer un libro, a escribir o dibujar algo. Puedo ir a charlar con un amigo o a abrazarme con mi novia. Puedo ir a dormir, mirar las estrellas o escuchar el viento. Puedo vivir, y no ver la vida de los demás.
La verdadera pregunta que hay que hacer, lectores de todas las razas, géneros y edades, va dirigida a los fanáticos vacíos de este programa del que tanto hablo.
La pregunta es... ¿Qué van a hacer cuando termine Gran Hermano?

Por el amor de Dios, ¿Qué van a hacer?

Aventuras en los siete mares (A blog's tale)

Este es el proyecto que trabaje un tiempo, y que mencione en un mensaje.
Es en realidad una metafora de mis amigos y yo, y la videa que me rodea. Espero que les guste.

Introito

Érase una vez la historia del disparatado grupo de bribones compuesto por Marious el juglar, Santorio el demente, Wally el errante, Leónidas el religioso y Giulious sin sobrenombre.
Las hazañas de estos héroes eran mencionadas en todas las esquinas del ancho mun-do, sin haber una sola persona que no haya oído de ellos. O al menos eso era lo que ellos creían. Aventuras repletas de aventura, epopeyas muy épicas, travesías atravesadas y demás demases.
Se hacían llamar Los Aventurados, hombres sin miedo y con muchas agallas, sin pre-juicios y con mucho encanto. Dueños de mujeres, dinero y placer. Señores de grandes terri-torios y dueños de inmensos ejércitos. O al menos así decían serlo.
Lo cierto es que Los Aventurados no tenían miedo a salir dolorosamente heridos de una odisea que les prometiera diversión y mucha, pero mucha aventura. Tal era su premisa, por lo general recitada por El Demente Santorio:
“Donde halla aventuras, allí estaremos, porque somos Los Aventureros”
El problema era que siempre equivocaba el nombre de su grupo, acertando uno muy parecido. Pero de una manera u otra, esta frase abreviaba de manera casi exacta la actitud eufórica de esta extraña agrupación.

Capítulo I

“De las mujeres, los siete mares, y la cerveza, o, como lo dijo Santorio, cómo arruinar la vida de un amigo y compañero”


La primera aventura de este grupo de truhanes se centra en la desacertada vida de Marious, el juglar. Marious era un avezado intérprete de laúd, incluso a veces calificado como el más pervertido de los cinco.
Marious se dedicaba a una vida de bajos instintos y pueriles actividades, de las cuales obtenía su mejor provecho y diversión. Santorio y Leónidas demostraron su discrepancia, descartando tales actividades y tachándolas de viles y esquivas. Pero a pesar del desapruebo de sus amigos, Marious continuó siempre con su ir y venir cotidiano, visitando tugurios repletos de escoria y lujuria.
Marious conocía cada uno de los locales y posadas del bajo mundo de todas las ciu-dades que había visitado. Era conocido por todos los camareros e incluso esperado con an-sias, debido a los ingresos monetarios que producía la visita del atrevido hombre.
Cuenta la historia, tantas veces relatada de boca en boca, por las más ancianas seño-ras, y por las más jóvenes niñas, que el juglar había atentado de manera oscura y peligrosa con la estabilidad anímica y amorosa del grupo de aventureros.
En una de sus inenarrables cruzadas, Los Aventurados se habían cruzado con el bu-que mercante “Great Charlie”, propiedad de un amanerado comerciante. Los Aventurados, como era de esperar, habían abordado aquel pacífico bote con la vil intención de apropiarse de sus riquezas. De una u otra manera acabaron en las celdas de la bodega.
El comerciante, bondadoso y gentil, tan sólo los mantuvo allí hasta llegar a tierra fir-me, donde los entregó a las autoridades, despojándolos de su barco y demás pertenencias.
Durante el largo camino a tierra, estos desvergonzados muchachos conocieron a las hijas del comerciante, bellas señoritas extrovertidas y gentiles, que terminaron por gustar-les. De la menor a la mayor, éstas eran Paula la disparatada, Lola la menor, Rosalinda la pequeña, Laureana la iluminada y Lola la mayor.
Si bien entre todos se hicieron amigos, hubo tres importantes acercamientos. Leóni-das parecía gustar de Rosalinda, Marious de Lola la mayor, y Wally sentía afinidad con Lola la menor. Cabe aclarar las diferencias entre estas dos mujeres, las Lolas. Lola la mayor era una mujer menuda, de rizos color azabache, piel morena y una mirada cautivante. Lola la menor era un poco más alta, de piel más clara, y un cabello castaño.
Como decía la historia, Leónidas llegó a enamorarse de Rosalinda, entregándole tanto su cuerpo como su alma. La conclusión de tan romántica historia fue quizás absurda. Rosa-linda no parecía valorar los gestos de su amante, y casi siempre se mostraba confundida.
Al mismo tiempo pasaba lo mismo con Lola la mayor y Marious. La diferencia qui-zás estaba en que, aunque ella sí estaba confundida, era Marious quien no la valoraba, y viceversa. Leónidas y Marious terminaron con sus respectivos amoríos, cuyos encuentros se daban siempre dentro de las celdas.
Por otra parte, Wally el errante nunca llegó a acercarse demasiado a Lola la menor, tal vez debido a su personalidad fría y cerrada. Sin embargo, solía mirar de reojo a Rosalin-da, espiarla, admirarla con los ojos brillantes.
Sucedió una vez que él y Rosalinda sí se acercaron, demostrándose el amor mutuo. Pero a la muchacha su indecisión pareció jugarle otra vez en contra, alejándola de Wally, y acercándola a Marious.
Y esta es la parte que las ancianas cuentan con más entusiasmo.
Marious solía ser un hombre egoísta, poniéndose a él ante que a los demás. En esa ocasión así había sido, dejando de lado los sentimientos de su amigo para acercarse a la bella muchacha.
Tal acción había provocado la primera gran fisura en el grupo. Mientras que Leónidas y Santorio apoyaban a Wally, Giulious se mantenía con Marious. Las chicas, indiferentes.
Wally comenzó a ignorarlo, y Marious comenzó a sentir culpa. Sabía que había obra-do mal, pero no quería resarcir lo dañado.
Y esa era la parte que las ancianas cuentan con más entusiasmo.
A la larga el grupo solucionó el problema, comprendiendo a ambos bribones, así co-mo a la confundida mente de la pequeña. Sin embargo Marious continuó con sus activida-des, demostrando cada vez más que su situación era inrrescatable.
Al llegar a tierra firme el grupo burló una vez más a las autoridades y huyó como ra-tas entre la maleza, olvidando a las muchachas, a su barco y sus demás pertenencias.
Como siempre, Los Aventurados lograron salirse con la suya, aprendiendo esta vez una gran lección, que quizás nunca olviden. Y esa lección era que no valía la pena cambiar la amistad de un compañero por una mujer.
Y, sin ir más lejos, allí es donde termina la primera historia de Los Aventurados, sin penas, ni glorias.

Epílogo

Uno de los niños, perplejo, se acercó a la anciana y le preguntó “¿Esa es la miserable historia que tenías para contar, vieja?”. La anciana se volvió hacia él bajo sus ropajes, mostrando consternación, mientras decía “¿Es que no has aprendido la lección?”, a lo que el niño respondió “Te pagamos por la historia y no lo ha valido, así que mejor devuelve las monedas.”. La mujer comenzó a reír de manera macabra, asustando a los pequeñines y llamando la atención de la gente. “¡AJÁ!”, exclamó, quitándose los ropajes de pronto, revelando a un muy reconocible Santorio bajo ellos, y saliendo a los trotes por la callejuela.
Una vez lejos, gritó hacia la muchedumbre “¡¡Porque donde haya aventura, allí esta-rán Los Aventuristas!!”
Luego se adentró a un callejón con expresión confundida.

Fotologs... Say no more

Un tema actual muy comentado y abarrotado de opiniones, es la masificación de los blogs y de los más recientes fotologs.
Yo, como feliz propietario de una de estas bitácoras ciber espaciales, no poseo ninguna apreciación que hacer en contra de las mismas, sino todo lo contrario, me encuentro a favor de ellas. Las hallo interesantes por su variedad, la libertad, y el poder que brindan a sus autores.
Pero sucede algo distinto con los fotologs.
Establezcamos diferencias. Los blogs son un espacio personal donde se tratan diversos temas, desde el punto de vista del autor (o los autores) que lo actualizan, por lo general compartiendo estas opiniones en forma de texto, con los cada vez más utilizados complementos de la imagen y el video.
Los fotologs son similares, pero esta vez dando importancia a la imagen, y en segundo lugar al texto que puede o no agregarse. Si en el blog escribíamos, y luego le agregábamos algo, en los fotologs ponemos una imagen, y luego le escribimos algo.
¿Qué sucede allí?
Los blogs tienden a ser expresiones formales (a veces no tanto) de la opinión del autor. Son largos párrafos que explican temas, definen teorías, cuentan anécdotas, parodian situaciones y advierten realidades. Para dar fuerza a esa producción, se agrega una imagen muy bien seleccionada y trabajada, o un video.
Los fotologs tienden a ser un álbum de fotos público, donde los autores dejan fotos y demás imágenes de su vida, para ser observados y comentados por los visitantes. Éstas fotos suelen ser reforzadas con un pequeño párrafo donde se explica el motivo, la situación, el momento y el porqué de la foto. Siempre se aclara el amor incondicional del autor hacia la gente que visita el portal, y se despide con verdaderos afectos de carácter sonoro, físico y emotivo (Chuick, muaaaa, besooo, TKM, etc).
Los blogs son opiniones que son respondidas con opiniones. Los visitantes se encuentran a favor o en contra de lo que leen, y dejan, en una respuesta, plasmado lo que tienen para decir. Se forman debates y las conversaciones pueden llegar a trasladarse a otros blogs.
Los fotologs no son opiniones ni tanto, sólo son imágenes. Los visitantes aportan con un saludo y, en la mayor parte de las ocasiones, un comentario agradable o sólo con un saludo. No se forma ningún debate, y nunca atraviesan los lindes de esa misma página.
Por esas razones, y otras, me encuentro a favor de los blogs, y de los fotologs, también. Existen fotologers que escriben textos bastante interesantes en sus entradas, y aplaudo tal iniciativa.
Pero de lo que sí estoy en contra, son las personas que inmediatamente postean una imagen en su fotolog, corren por sus ventanas de chat rogando que sus entradas sean firmadas. La mayoría responde con un saludo sin importancia.
Veamos un ejemplo
Una muchacha, de nombre, pongamos, María Mercedes, abreviado como MM, postea la siguiente foto:













Luego MM agrega una entrada muy parecida a la siguiente:
“ola gente.. nu se estaba al pdo y puse esto jejeje. Estoy kon mis amigas en 1 fiesta wahhhhh estuvo buenisimaaaa. Ahh, ya entro a dlirar, jajaja XDXDXD... firmen, no sean vagos, XD... besito, los quieroooooo muaaaaa firmen”
Sin esperar un segundo, corre a su MSN Messenger, y pide de manera multitudinal, a sus 40 contactos conectados, que firmen. Entonces 30 de esos contactos postean cosas como: “hola che! linda la foto, te quiero!”, “Mariiiii sos un amor!! Que fotito cheee al final que paso con marcos? cuidate”, “Mechi te quiero seguí así”, “jajaj, que gracioso”, y “me encanta este fotolog, tiene fotos, maria sos una genia”.

Entonces me decidí por escribir esto. Y también me decidí por fundar el primer, y espero que no el único y último, Club de Anti-Fotologers.

El procedimiento de adquisición de la membresía es simple. Sólo tenés que copiar la siguiente frase y pegarla en tu mensaje personal de MSN:
“¿Me firmás el fotolog?... No, no te lo firmo una mierda. (S. Juárez.)”
Una vez hecho eso, tu siguiente deber es difundir la idea y el lema entre tus contactos más allegados.
¡Porque cuantos más seamos, más fuertes seremos!. (No se confundan, éste no es el lema, el lema es el de hace dos renglones).

Ahora sí, opinen.

26 de marzo de 2007

Como si fuese lo que mas quieren en la vida, que mierda les pasa?

Situación: Salimos a tomar un helado.
Clima: Lluvioso.
Horario: Son más o menos las 18:30.

¿De qué se trata todo esto?
Estaba en la casa de un amigo. Amigo? Sí, amigo, eso dije. Amigazo. Qué amigote que es. Resulta que le propongo que vayamos a tomar un helado a Blue Bell. Por razones de privacidad y leyes de Copyright y demás pelotudeces, voy a cambiar los nombres. Yo soy Miguel y el otro se llama Lex Luthor.
De pronto me dice que sí, que vayamos a tomar el bendito helado. Yo me había quedado a dormir en su casa, y no había llevado un abrigo. Entonces le pido uno prestado, y me entrega un buzo. Sí, se llama Lex Luthor.
Miro el buzo que me entrega en mano, y sospechando lo peor, le pregunto "¿Esto es tuyo?", a lo que agrego "Nunca te vi usando esto.". Lex lo mira y se da cuenta de que se encontraba en un error, el buzo no era suyo, era de su hermano, Clark. Entonces lo guarda, y, tras una exhaustiva búsqueda, me entrega una segunda prenda, esta vez, de su pertenencia.
Observo el abrigo detenidamente. se trata de un canguro rojo con las palabras "Hang Loose" en el centro del pecho. Me lo pruebo. Me queda. Le pregunto, esta vez parodiandome a mí mismo, "¿Esto es tuyo?". Me contesta que sí, pero que en realidad sólo lo había usado una vez, porque al tiempo de haberlo utilizado, se había dado cuenta que no le gustaba en realidad. Es más, que lo odiaba. Que lo habían obligado. Pobre Lex.

Así, con el dichoso buzo sobre mi cuerpo, nos aventuramos a la intemperie, en búsqueda del local de cremas heladas. A mitad de camino me viene a la cabeza una celestial idea, quizá hasta psíquica. Se me ocurre lo siguiente: Si el chabon tiene el buzo desde no sabe cuándo, no le gusta, no lo quiere, quizá, sólo quizá, en el mejor, y el más posible de los casos, pueda regalármelo. A mí me gustaba. Yo, Miguel, uno de los mejores amigos de Lex, pensé que desprenderse de una prenda que ya ni recordaba no supondría un gran sufrimiento, sabiendo que su destino final sería de mi posesión.
El final de esta historia es triste. El chabón Lex me dijo que no le gustaba regalar cosas. Y yo lo molesté un poco más, pero no fue suficiente. Su hermano, Clark, me dijo que tal vez lo vendería a $5. Pero Lex no. Y Lex, embarando aún más su generosidad, agregó que en base a esta situación, comenzaría a utilizar el dichoso canguro.
Ahora, yo me pregunto: Si no le gustaba el buzo... Si no lo quería... ¿Para que conservarlo?. En el caso de venderlo... ¿El dinero no debería llegar a sus padres, los verdaderos acreedores de la prenda invernal?. Y ahora, al final, lo mejor. Ya sabemos que el buzo no era de su agrado. Sabemos también que yo, Miguel, era uno de sus mejores amigos. ¿Valía más ese buzo que mi fiel amistad? ¿Lo valía?
En qué piensan los Luthors? Por qué tratan sus pertencias, por más innecesarias e inútiles que sean, cómo si fuesen lo que más quieren en la vida? Que mierda les pasa?

Para pensar, che.

19 de marzo de 2007

Ghost Mierda

Muy bueno. Muy bueno esto de los productores de estafar a la gente. Y cada vez más, no? Es como si les gustara a estos chabones lo de robarse la plata de la buena gente.
Si me piden consejo, NO VAYAN A VERLA. A Ghost Rider me refiero. Sí, todo bien con el comic, pero la película es una estafa. Dios! En que piensan los realizadores cuando permiten que una película tan mala salga al público?
Fijate en que el trailer es espectacular, los actores pintan bien, los efectos prometen ser de lo mejor, pero un grupo de gente, especialista en estafas se las arregló para que el trailer sea espectacular y la película... NO.
-Garca Principal: Mark Steven Johnson
-Garca Escritor: El mismo
-Garca que pone la guita: Varios, entre ellos, Avi Arad, el mismo de otras películas de superhéroes.
-Garca musical: Christopher Young
-Garca Cinematografico:Russel Boyd
-Garca Editor: Richard Francis-Bruce
-Garca que buscó a los garcas actores: Juel Bestrop, Christine King, Jeanne McCarthy.
-Entre otros (demasiados como para ponerlos aquí), están los garcas actores: Nicolas Cage como Johnny Blaze/Ghost Rider, Eva Mendes como Roxanne, la novia del calaveras, Peter Fonda como el Diablo Mismo, Wes Bentley como Blackheart, y muchos garcas más.

Garcas hay, como pueden ver. Se nota. Vean la película, mejor no, no la vean. O mejor, vean sólo el principio. Pero se la piratean, claro. No vale la pena pagarse una entrada de cine por esa mierda. MIERDA dije, sí. Pensar que yo creía que iba a estar buena.
Esto va a los de Marvel: ¿Qué pasó? ¿Qué hicimos mal? ¿nos merecíamos eso? ¿Así tratan a los fans que siguieron al Ghost Rider y a otros tantos héroes a lo largo de su publicación? ¿Qué actitud es esa?

Ahora habrá que ver cómo es Spider-Man 3, o los 4 Fantasticos 2, o Batman 2, o lo que sea que se venga.
Para enlazar con el título, digo lo siguiente: La película debería llamarse Ghost Mierda. O Shit Rider. O Shit Mierda. Si, ese es el mejor.

17 de marzo de 2007

Mutantes, dementes y adolescentes

Buenas, muchachos. Vuelvo a estos parajes luego de un desvío vago y oscuro que me mantuvo del otro lado del umbral de la cueva por mucho tiempo.
Y vuelvo para comentarles que... ¡¡tengo poderes mentales!!

Bueno, no es tan así. La verdad es que a veces me vienen lo que yo llamo "Golpes premonitorios", que no son cosas a lo sueños de anakin, o visiones espantosas de un apocalipsis inevitable. En realidad creo que son sensasiones precisas que luego se vuelven realidad en una situación, como un dèja vú, pero más grosso.

Ejemplo:
1) Durante tres meses no había visto a una amiga, Rossana. Yo le pido disculpas, pero como no éramos tan amigos entonces, no me había acordado de ella durante ese tiempo. Eran las vacaciones, y no había tenido contacto con ella. Sin embargo, una noche soñé con ella, y cuando desperté, acordándome del sueño, no podía entender por qué, y me acordé de que no la había visto en los últimos meses y que había perdido contacto con ella. ese mismo día me la encontré en la casa de un amigo, sin tener idea de que iba a ir. ¿Coincidencia?

2)Iba caminando por el centro. Tranquilo. De pronto me acuero de que le habìa dejado un mensaje a Leandro en el foro, y me hubiera gustado saber que diría. De repente me tocan la espalda y me dicen: "Santiago!". Era él, Leandro. usto había pensado en él y aparece detrás mío. Que loco, o no?

3)Un buen día me acordé de una película que había visto por última vez casi... diez años atrás. Había una escena, en el final, que me había quedado grabada en la memoria.
Ese día regreso a mi casa a las 22:30, me acerco a la televisión que estaba encendida, y estaban pasando esa película. Y no sólo eso, además de ser esa misma película, era exactamente la misma escena que yo recordaba. Justo la parte, ni un segundo más, ni uno menos.

4)Llega un amigo de un tour por Europa. Todos lo estamos esperando en el aeropuerto. De pronto Fede se me acerca y me dice: "Dibujalo a Mariano bajando del avión, y todos lo estamos esperando". Me parece interesante la idea, así que me siento en el suelo, saco la carpeta y me pongo a dibujar. Luego Fede se me acerca y me pregunta. "Por qué lo dibujás vestido con traje de vestir?". Le contesto que no sé, que por que sí.
Cuando Mariano bajó del avión, vestía traje.

Hubieron otras, pero mucho menores y mucho más simples. De todas manreas, premonitorias. ¿Ustedes que opinan?