31 de agosto de 2010

Acuarela I

Una acuerela que hice anoche. Me dieron muchas ganas y me animé, a pesar de que no manejo bien la técnica. Es por eso que voy a practicar y hacerlo otra vez.

Es una mezcla de estos dos personajes:
Guardianes del Universo (DC Comics) Una imagen 
Yoda (Star Wars) Una Imagen





Reencuentro I - Miradas en un bar

A través del parabrisas pudo anticipar que había llegado. Las luces del cartel del bar se hicieron presentes e ineludibles, con su debilitado y decadente neón susurrando el nombre del bar con gastada melancolía.
Sí, había llegado. Y la imagen de su amigo apareció en su mente, tal y como lo había visto por última vez años atrás, sonriente y digno, secretamente abatido por las tristezas personales. Apeado del taxi, pagó al arrellanado chofer, dejando una propina que éste descubriría minutos después junto con la alegría consecuente.
Entró al bar y lo primero que tuvo que hacer fue acostumbrar su visión al lóbrego ambiente, oprimido por visibles y densas capas de humo de cigarrillo, atestado de olores desagradables: alcohol, encierro, cigarrillo, vejez. Los clientes, como fantasmas, se movían lentamente, casi temerosos de abandonar un espacio que seguramente habrían ocupado largas horas, algunos incluso días, siendo sólo la visiblemente triste camarera la única silueta móvil.
Allá, en la barra, contra todo pronóstico, identificó a su amigo.
Lo pensó una vez más. ¿Era él? Podía verlo con un vaso de probable whisky que, aunque siendo un vaso ancho y perfectamente apoyado en la mesa, sostenía con ambas manos, dando la sensación de que temía que se le cayera. Y, además, parecía que él mismo podía caerse. No por borrachera. Sino por una especie de debilidad intrínseca que le encontraba al mirarlo, la impresión de que estaba hecho de ceniza y que un pequeño toque lo desmoronaría y se convertiría en una capa de humo más.
Pero sí. Era él. Así que se le acercó, confirmando su identidad a medida que se aproximaba. Y, aunque sus pasos se detuvieron cuando ya estuvo a su lado, el montón de cenizas no se inmutó.
- ¿Santiago? – Preguntó, sin tocarlo. Su amigo se estremeció, como si despertara de algún pensamiento profundo o algún estado de tranquilidad abstraída. Sus párpados temblaron. Sus labios se movieron.
- Hola. – Le respondió, con un hilo de voz. Diversas rocas cayeron por su garganta, transformando su alguna vez alegre tono en uno pesado y alicaído. - ¿Qué te trae por acá?
- Te llamé y me citaste acá. ¿No te acordás? – Cuestionó, con una ligera nota de preocupación en su voz. Sus manos se movieron, haciendo crujir los pliegues de su campera, pensando en llevar una de ellas hacia el hombro de su amigo. No lo hizo.
- Ah. – Musitó su amigo. Miró hacia un costado, con la clara intención de comprobar si algún otro cliente ocupaba el asiento contiguo, inquietando por su incapacidad de simplemente recordarlo o fijarse de reojo. – Sentate, Nano, gracias por venir.
Mariano lo miró. Por un momento sus comisuras vibraron en un intento de sonrisa. Hacía rato que nadie lo llamaba Nano. Y el último había sido Santiago.

Bebió un largo sorbo de whisky, como si tomara agua. Se notaba que había desarrollado una abrumadora insensibilidad para la bebida. Y eso sorprendió mucho a Mariano. Santiago nunca había sido tomador.
- Resulta que – Comenzó a hablar Santiago, sin dar avisos de ningún tipo. – una vez, cuando todavía estudiaba, fui a una fiesta. En esa época andaba mal con Georgina. – Aclaró, aportando un marco temporal que trajo diversos recuerdos a Mariano.
Habían sido buenos años. El final de la secundaria, los comienzos de la facultad, las salidas cada fin de semana, los viajes al campo en Frías. No podía recordarlos sino con colores, risas y amistad. Varios de los nombres se le hicieron abrumadoramente presentes, y, a medida que terminaban de desfilar por su mente los pensamientos y recuerdos buenos, comenzaron a llegar los malos. Las peleas, las traiciones, las escisiones causadas por advenimientos del egoísmo.
La lenta y lamentable separación.
- Disculpá. – Interrumpió al darse cuenta de que no estaba prestando atención. - ¿Qué me decías?
- Que había ido a una fiesta. – Repitió Santiago, levemente fastidiado. – En esa fiesta tomé. No me emborraché, pero al menos sentí eso. – El énfasis en la última palabra ilustró a Mariano vagamente sobre qué se refería. – Pero no me convenció, me alegró un rato, claro, pero prefería mucho más la realidad con todos sus detalles.
La pausa que siguió a sus palabras tentó a Mariano a decir algo, lo que fuera, simplemente para mantener algún sonido en el ambiente. Pero no pudo. No quería admitirlo, pero se compadecía mucho de su amigo.
- Esa vez me divertí porque no me gustaban ese tipo de fiestas. Lo que hacía el alcohol era alejarme de mi mismo. Sacar todo ese Santiago que no disfrutaba de bailar, de tomar, que se inhibía. Se quedaban mis ganas de estar bien, como sea. Pero, en todos los otros ámbitos de mi vida, - Prosiguió, sorprendentemente lúcido y minucioso. – prefería estar despierto, sano, pensando. Pero, ¿Sabés qué?
Mantuvo la mirada al frente unos segundos, hasta que no aguantó a volverla hacia su amigo. Por alguna razón, esperaba una respuesta. Mariano negó con la cabeza en un temblequeo forzado e inútil por completo.
- Pensar me llevó a la ruina. Antes estaba muy acostumbrado a tener ideas, a deslumbrar con frases geniales, conceptos innovadores. A crear, a desarrollar. A ser capaz de todo. Estaba acostumbrado a que se fascinaran conmigo, a que abrieran grandes los ojos cuando me vieran gesticular, que me atendieran con paciencia. Me gustaba, ¿Sabés? En la primaria había sido nadie. No tenía habilidades ni gustos definidos, era inculto y de sobremanera tímido. Me maltrataban, golpeaban e insultaban. Y no me defendía. Porque no sentía que hubiese algo para defender. ¿Cómo podía quererme? Era tonto, feo y débil. Todos me lo recordaban a cada momento. En la secundaria aprendí a dibujar, empecé a leer, a escuchar música, a escribir. Y comencé a mezclar cada idea de formas que nadie esperaba. Era mi revancha. Podía ser alguien. Me gustaba ser alguien.
- Ajá.
- Sí. Ese proceso que empezó en la secundaria que me dio toda esa capacidad para hacer cosas creció, creció sin que pudiera controlarlo, excediendo mi tiempo, mi espacio e incluso mis afectos y sentimientos. Por un lado, creció el ego. Ahora era genial, era un grosso, tenía algo de facha, al menos, era extrovertido y espontáneo. Podía tener novia, podía tener reconocimientos y premios. Triunfar. Sí, creció el ego con cada sos grosso que me decían. ¿Cómo podía detenerlo? ¿Cómo me iba a dar cuenta de que estaba mal? En fin. Por otro lado, pensaba. Pensaba mucho, todo, lo que fuera. Causas, consecuencias, paralelos, comparaciones, teorías, posibilidades, antes, después. No vivía en el presente; ni siquiera en el pasado o el futuro. Vivía en la hipótesis, en la irrealidad de las ideas. Mis ideas se hicieron mi realidad. Y había algunas que comenzaron a dañar a otras personas. Pero sólo ideas, ¿Eh? No tanto los hechos, porque yo estaba sentado, en algún lugar, pensando, suponete, ante un enfermo de cáncer. Y yo pensaba “Éste puede morirse”, como una posibilidad. Y se la decía. Como una idea. Así, jodí a mucha gente. Más adelante la posibilidad mala, la errónea, la sufrida, se hacía muy grande, y la vivía, la sentía en carne, aunque mi presente, mi realidad real fuera perfecta y feliz. Y me hundí tanto en suposiciones de dolor y fracaso, que al final todo se convirtió en dolor y fracaso. Por pensar. Por ser tan grosso, por mezclar ideas. Y, si ese era yo, ¿Cómo podía dejar de ser así?
- Tal vez… - Comenzó a decir Mariano, afligido.
- Esperá. Sin matarme, digo. Que lo pensé y lo deseé muchas veces. ¿Cómo dejar de ser yo si matarme? Y encontré la respuesta. Acá. – Dijo, y señaló el vaso con su mirada. – El alcohol me alejaba de mí mismo. No podía pensar, no podía complicarme. Estaba bien. Estoy solo, claro. Pero cada vez que lo pienso, tomo un nuevo sorbo. Y no lo pienso más. Te digo esto porque seguro que te estás preguntando a gritos en tu cabeza cómo puede ser que esté tomando, que te haya citado aquí. – Ante el asentimiento de Mariano, Santiago sonrió. Mariano por fin pudo ver que tenía los ojos colorados y llorosos.
- Ja. – Dijo, Santiago, de pronto, antes de tomar otro sorbo. – Acabo de hacer otra complicación, en lugar de simplemente decirte “Tomo para no pensar”, o preguntarte cómo andás. Mis dos problemas. Pensar y el egoísmo. Pero, che. ¿Cómo andás?
Se volvió hacia Mariano. Éste lo miró, todavía incapaz de articular palabra. Después de todo aquello. ¿Cómo podría decirle lo que tenía para contarle?
Soltó un pesado suspiro que removió unas nubes de humo que habían comenzado a desfilar ante su rostro. Buscó algo en los bolsillos; al no encontrarlo se dio cuenta de que no buscaba nada, sino que estaba muy nervioso y se movía para, de alguna manera, calmar esa sensación. Santiago se quedó sentado, bebiendo y fijando su vista en ningún lugar.
Le costaba aceptarlo. Santiago no era así. Lo recordaba de otra manera. Con sus negros cabellos peinados con una raya al costado, sus ojos brillando bajo la sombra de sus características cejas que se unían sobre su nariz. Sus pequeños labios buscando siempre una nueva razón para sonreír. Su eterno ímpetu, su vigor, sus ganas de obtener un chiste de cualquier situación. Lo había visto cientos de veces vestido con sus remeras de superhéroes y ciencia ficción, con el clásico bolso atestado de adornos y pines.
- ¿Querés un trago?  - Dijo Santiago de pronto.
Sus cabellos ahora no tenían control, se desparramaban sobre su cabeza sin sentido, y no se preocupaban por ocultar las innumerables canas incipientes. Sus ojos estaban hinchados y rojos, dando la sensación de que había estado llorando por horas. Su boca estaba hundida, con el labio inferior retrocedido hasta quedar en una constante mueca de infelicidad. Vestía ropas grises y marrones. Y del bolso no había rastro alguno.

Chistes I

- Madre, en la escuela me han llamado Descartes.
- ¿Estás seguro de ello, hijo?
- No. Podría ser un engaño de mis sentidos.

- Padre, padre, ¡Mis compañeros me han llamado Hume!
- ¿Y qué has hecho tú para provocarles?
- No había creído en sus dichos puesto que no los había experimentado para comprobarlos.

El niño le dice a su padre, con una gran sonrisa:
- Padre, en la escuela me han dicho que soy complejo, indescifrable y psicológicamente abstraído.
- ¡Dios mío! ¿Y por qué estás tan contento?
- Porque me dijeron “complejo como Borges, indescifrable como Cortázar y psicológicamente abstraído como Sábato.”

El hijo menor de la familia abrió distraídamente la puerta del baño una mañana de invierno y encontró a su padre completamente desnudo y desprevenido, a punto de accionar el grifo de la ducha. 
- ¡Hijo, debes llamar a la puerta antes de entrar! ¡Retírate a tu cuarto y piensa en tu falta!
El niño retrocedió, pasmado por la visión y sumamente acongojado. Le comentaría que sólo había agua fría en otro momento.

Primer acto: Un hombre coloca una letra O enorme en el suelo y la secciona con un hacha.
Segundo acto: El mismo hombre coloca otra letra O cerca en el suelo y la corta con un hacha.
Tercer acto: El hombre observa, completamente maravillado y conteniendo la respiración, cómo los trozos de letras O se transforman en un enorme charco de agua.

¿Cómo se llama la obra?
Haché dos O

Era tan pero tan distraído que siempre se olvidaba que estaba muerto y asustaba a la gente.

Regresa aquí

- Mi amor. Vida mía. Corazón. Te extraño. Te quiero aquí conmigo, ya, ahora, no quiero esperar. Te deseo, te necesito como al mismo aire que respiro, el agua que bebo. Preciso de tu calor, de tu energía. Requiero y ordeno tu llegada, tu pronto arribo a mi vida, a mi pequeño y débil cuerpo que se fortalece con tus ánimos y cariños. Luz de mi alma, cuánto anhelo abrir mi puerta y encontrarte allí parada, arrepentida, ahora segura, con una valija y los cabellos húmedos por alguna lluvia inoportuna, tus lágrimas, que bien podrían ser gotas de lluvia pero yo pensaré que son lágrimas, tu llanto de convencimiento, de los obstáculos que has superado para volver aquí, conmigo, donde perteneces. Y luego fundirnos en un abrazo de amor puro; de pronto despojarnos de nuestras ropas, con suavidad primero, con frenética impaciencia después; y hacer el amor como en aquellas deliciosas mañanas de otoño en las que despertábamos para encontrar nuestras somnolientas miradas contemplándonos fiel y enamoradamente a lo largo de la noche. Y perdóname si insisto tanto, pero sé que todo ha sido un error y sabes que me cuesta mucho hacer esto, pero te ruego que regreses, que reconsideres mi propuesta, que recuerdes el amor eternamente fiel y real que supimos regalarnos y compartir. Mi bella, mi vida, eres pura y hermosa como una perfecta perla en el fondo del mar, curioso y cautivante tesoro que he sabido encontrar y admirar en toda su compleja simplicidad. Cariño mío, regresa. Entrégame nuevamente la magia de tu cuerpo, de tu mirada. Nunca he mirado a otra como te he mirado a ti. Nunca he dicho a otra lo que te he dicho a ti. Nunca he deseado a… Ehm. Te he deseado mucho. Y cada día sueño contigo, con tu voz, con tus aromas, tu suavidad, incluso el sabor de tu cuerpo, de tus labios. Sabor que he sentido hasta en la fibra más íntima de mi ser, más íntima de lo que jamás había sido para mí, más íntima de lo que creía que podía ser. Te has apoderado de mi alma; sin proponértelo te has adueñado de mi voluntad, de mis sueños. Me has encerrado en esta pequeña cajita de cristal donde todo es bello y cada pared me devuelve imágenes y recuerdos de tu rostro, unas veces en alegría, otras en placer. Y no te pido que me liberes, no te pido la llave. Te pido que regreses aquí adentro conmigo. Pues una eternidad en el encierro contigo, es lo que se llama felicidad. ¡Escúchame! Atiende el llanto de este pobre idiota que te ha alejado. Te suplico, de rodillas, castigando todo mi ego y entregándome a ti como este enfermizo indicio de hombre, esta endeble imitación de lo que una persona debiera ser. Comprende: con tu ayuda, tu amor, puedo crecer, cambiar, ser la persona de tus sueños, darte todo aquello que me has pedido. Te lo prometo, te lo juro, lo haré. Porque cualquier otra cosa significa la muerte, la oscuridad. Sin ti, nada. Sin ti, vacío. Así que éste es el último intento, el último movimiento desesperado que hago desde mi cuerpo casi inerte, que incluso siento en caída libre. Me ha costado mucho despojarme de mi incesante orgullo, de mi triste soledad. De mi empecinada abstracción del mundo. Entonces… ¿Qué dices? ¿Vas a atender mis ruegos? ¿Regresarás?

- Eh… No flaco. Número equivocado. clic

26 de agosto de 2010

Bisonte canadiense

Entonces, pónganse en esta situación: Viven a veinticinco punto cinco kilómetros de la concentración de urbe civilizada más cercana, donde encontrarán aquella tecnología que tan felices los hace. No cuentan con un medio de transporte propio, o al menos no por el momento (dado que el carruaje se averió, o, lo que es lo mismo, los caballos duermen). Han pedido turno con el médico para las horas diecinueve. Alguien va a estar esperándolos. Consideran que lo aconsejable y prudente sería dedicarse a la búsqueda de un medio móvil de transporte (público o privado) por lo menos una hora antes de la hora pactada. A lo que habría que sumarle una media hora de preparativos estéticos del orden textil (cambiarse). Con tranquilidad, entonces, podrían sortear todo obstáculo, previsible o no, comenzando el proceso a las diecisiete treinta.
Pero de pronto abren los ojos, que contemplan de manera borrosa el techo, y un sentido de urgencia les devora el alma. ¿Qué hago en la cama?
Y se sientan, tan rápido como un tren magnético fuera de control lo haría. Y tal vez más rápido. Opuesto al año lectivo, en el que despertarse cuesta horrores, su conciencia adquirió total lucidez a una velocidad lumínica. Y su mano, cual rayo, se apoderó del elemento horario más cercano (reloj despertador, de pulsera, de arena o de sombra), para corroborar el negro miedo que crecía en su interior.
Y cuando los números marcan las diecinueve con diez minutos ante sus infelices ojos, lo único que su alma puede sentir es un odio irrefrenable. Y un grito espantoso:

¡LA PUTA QUE LO PARIÓ!

En ese momento todas sus funciones corporales menos las motrices se detienen. Sólo hay tiempo para correr. Con el buzo en las piernas y el pantalón en la cara llegan a la calle, con la imprecisa certeza de que aquel sigue siendo su planeta. La gente, despreocupada, avanza a una velocidad tan ridículamente lenta, que dan ganas de golpearla.
Sin darse cuenta, ya han caminado una cuadra, pero parecen haber dado sólo tres pasos. Entonces son capaces de pagar un jet supersónico, entregar su cuerpo si es necesario para ello, con tal de llegar a tiempo. Pero no va a pasar. Saben que es imposible, porque no existe la manera de retroceder el tiempo. Miran el reloj de nuevo y son las diecinueve y diecisiete, con treinta y cuatro segundos. Pero, de pronto, ya son y treinta y cinco segundos.
El tiempo se les escapa.
Un ronroneo mecánico suena en la distancia y lo reconocen, enamorados, como el motor de un destartalado automóvil, de marca y modelos desconocidos. Tan desconocidos, que comienzan a dudar. ¿Se trata de un automóvil? ¿Es un gato gigante que se desliza por el pavimento?
A medida que la silueta crece, se tranquilizan. Es un automóvil, tiene por lo menos tres de las cuatro ruedas y no avanza a fuerza de pasos como en Los Picapiedras. Éste tiene pedales.
Ya encaramados al asiento de piel de bisonte canadiense, se dirigen al chofer, exigiéndole refuerce la velocidad como si de su propia vida se tratara. Éste reacciona de la siguiente manera: Colocándose unos lentes oscuros, elevando sus dedos índice y meñique en el clásico y eterno gesto de los “cuernitos”, y gritando a viva voz ¡YEEEAAAH, man! De pronto, su mano salta hacia la cassettera, que reproduce una cinta olvidada ya por el tiempo de la banda de metal pesado “Helvetica Black”.
Y, con toda su furia… Comienza a pedalear.
La canción, que habla del amor y del reencuentro con Dios en la santa práctica del suicidio masivo, se repite una y otra vez, quedando establecido como el único hit de dicha banda. Y como la única canción de dicha banda. Al compás de los melodiosos acordes de quena de bambú, los furiosos pies del chofer, poblados de pelo como en su barba, no así como en su reluciente e hipnotizante calva, empujan los pequeños pedales, impulsando el vehículo a una velocidad que es imposible de determinar. Ya que no hay velocidad alguna para determinar.
Han pasado días. Meses tal vez. El chofer no deja de cantar la canción. Y ustedes no dejan de escucharla, todavía preguntándose cómo es que hace ese estéreo para sonar en un auto sin batería. Y el auto se detiene.
Cuando se bajan, se sorprenden al ver que el asiento también baja con ustedes, para descubrir que no se trataba de piel de bisonte canadiense, sino de un bisonte canadiense vivo, real y confeso protestante. Incluso éste también lleva anteojos oscuros y un tatuaje con la leyenda “Sans-Serif Rocks”, haciendo alusión a uno de los integrantes de la banda, el bajista Juan Carlos Sans-Serif.
Por fin, cuando se dan vuelta ante el edificio de consultorios médicos, se apresuran por entrar. Saben que han llegado tarde. Que en estos meses su acompañante seguramente ha visitado al médico en tantas ocasiones que ya se ha casado con él y construido toda una vida en alguna costa itálica.
Pero cuando entran, se dan cuenta de que no es así.
Allí está, sentado en la sala de espera, aguardando su turno para ser atendido. Ven la hora y es real su sospecha: Son las diecinueve en punto de aquel día en que su viaje comenzó. Cuando se dan vuelta, el bisonte los mira de reojo y les hace un guiño, antes de desaparecer en un destello eléctrico, casi divino.
Y cuando menos lo piensan, su amigo se ha volteado hacia ustedes y les ha dirigido una sonrisa. En sus labios pueden leer la frase “Qué puntual”.
Parpadean.
Cuando abren los ojos, están contemplando el techo de manera borrosa. Un sentido de urgencia los devora. ¿Están en la cama?
Su reloj se los confirma. Las diecinueve con diez minutos.

¡LA PUTA QUE LO PARIÓ!

Tan lejos

Tan lejos. Un lágrima incandescente, peligro consciente de mi bailoteo audaz y melancólico, se desliza lentamente por mi agrietada piel.

Luz viajera e impedida, inválida y petrificada, que pretende finalizar mi día de fines eternos. Sensación insoportable. Tan lejos.

Y tras mis párpados, una mirada acurrucada, protegida inútilmente del horror de la no-luz, que ni por su nombre puede llamar.

Tan lejos, dice mi lengua de nuevo, aprisionada tras el muro de mis labios. Tan lejos, se repite y llora en explosión.

Tan lejos, dice al morir, en un susurro vivo, venciendo finalmente la barrera desgraciada del cuerpo, para entrar con gloria al perfecto e indecible mundo de la no-vida.

Que ni por su nombre puedo llamar.

Cuentos cortos I

Mujeriego

Cuando era muy niño escuché esta historia de un viajero. Hablaba de un señor que, en otros tiempos, había resultado ser un gran mujeriego. Según el viajero, era capaz de hacer por las mujeres cosas inverosímiles.
Una vez voló, en otra ocasión sanó a dos lisiados y hasta llegó a resucitar cuatro veces en una misma semana. El viajero me dijo “Esas sí que son cosas inverosímiles”.

Encerrado

Al abrir los ojos, notó que había funcionado: ¡Había viajado en el tiempo! El método era experimental. La máquina, un prototipo. Pero había dado resultados, se encontraba en algún momento del pasado.
Aturdido por la emoción, fue incapaz de reconocer su entorno en un primer vistazo, y fue por eso que sintió un pequeño susto al caer en la cuenta. Estaba encerrado. Era un espacio muy pequeño y oscuro; tan pequeño, que podía sentirlo rozando su piel.
Y ese era otro detalle, estaba desnudo y mojado. Efectos del viaje, pensó, tranquilizado por el razonamiento.
Entonces, más consciente, trató de encontrar una salida. Contempló sus extremidades y lo reconoció con espanto: estaban deformadas. Fofas, débiles y llamativamente cortas. ¡El viaje me ha deformado!
Sin comenzar a comprender, sacudió brazos y piernas con desesperación, empujando aquellas extrañas paredes, blandas al tacto, pero firmes a la presión.
En un momento, mientras hacía fuerza con sus empequeñecidos pies, creyó escuchar un sonido sobre el silencio aplastante. Aguzó los oídos.
- Tocá, sentí, creo que está pateando. – Dijo dulcemente, pero emocionada, una mujer desde el otro lado.
Horrorizado, abrió la boca para gritar.
Pero no salió ningún sonido.

20 de agosto de 2010

Que en paz descanse

Aunque suene extraño, siempre que me encuentro en un velorio, no puedo evitar sentir un profundo sueño. Y, lejos de combatirlo, me dejo llevar por él, inclinando mi cabeza lentamente hacia un costado primero, cayendo profundamente dormido después.
La gente no se preocupa por despertarme: A algunos les escandaliza o disgusta, pero nunca podrían entablar una discusión en medio de semejante congregación social.
Entonces heme allí, durmiendo entre los parientes, los visitantes, los desconocidos.
Eso sí, tengo un pequeño problema. Cada vez que alguien se acerca al féretro sumisamente y con las mejores y más respetuosas intenciones, y murmura con sufrimiento Que en paz descanse, me despierto. No puedo evitarlo ni sé por qué sucede.
Puedo estar en el otro lado de la habitación, rodeado de gordas y otros posibles filtros de sonidos, pero siempre lo escucho y me despierto. No abro los ojos, no me sobresalto. Pero recobro conciencia, a la vez que formulo mentalmente mil insultos e injurias hacia el malnacido que se ha acercado a pronunciar la bendita frase ante el cadáver.
Resulta que estaba una vez allí, durmiendo, plácidamente entregado al cobijo de la inconsciencia y la suavidad etérea de los sueños, cuando lo escuché. Que en paz descanse. Cuando intenté nuevamente dejarme arrastrar a los reinos de Morfeo, alguien, un pequeño idiotita, lo pronunció nuevamente.
En el tercer intento, cuando ya me creía reclamado por las profundidades sublimes de la irrealidad subconsciente, una ronca voz de viejo se apuró a decirlo, como si supiese que iba a despertarme.
Lo que sucedió a continuación fue extraño. Se sucedió una larga fila de mujeres, cada una con una nueva forma de la frase mágica e inquietante. Que en paz descanse. Que esté con Dios. Ahora esta en un lugar mejor. Dios obra de maneras misteriosas. El señor en los cielos lo ha llamado y ahora descansa en él.
Harto, me incorporé hasta quedar sentado en medio del féretro y miré furibundo a las horrorizadas mujeres sin darles tiempo para aferrarse a sus rosarios.
- ¡Nunca voy a descansar en paz si me siguen rompiendo las pelotas!
Y agregué, mientras volvía a recostarme:
- ¡Háyase visto!

14 de agosto de 2010

25 y San Juan

Esta podría ser una charla entre dos adolescentes en unos doscientos años.

(Traducido parcialmente del tucumano)

- Está como para comerse un asadito bien jugoso, ¿No es así? – Preguntó Marcos a su amigo, mientras caminaban por las calles céntricas tucumanas. De su ectómago surgió un sonido provocado por el hambre que sentía.


- ¡Qué anticuado que sos, Raúl! ¿Por qué no algo más típico? – Le respondió su compañero. Ambos eran alumnos de la recientemente inaugurada carrera de Licenciatura en Nanotecnología Aplicada.


- Una empanadita querrás decir… - Adivinó Raúl, ilusionándose.


- No, hoy por hoy… Me gustaría una buena hamburguesa. – Le respondió Marcos, causando sorpresa en su amigo.


- ¿Eso te parece típico? – Exclamó Raúl, anonadado. Marcos lo miró con detenimiento.


- Claro, ¿Qué no sabías que McDonald’s es tucumano?

Raúl se detuvo en seco, atravesando la nuca de su acompañante con una gélida mirada.


- Noooo… - Dijo, casi en un suspiro, y torciendo su cabeza en un gesto de incredulidad.

- Oíme. – Ordenó Marcos. - Ronald McDonald era un escocés que sobrevivió a la catástrofe del 2012. Pobre y sin un peso, llegó hasta Tucumán, y, como todas las naciones del hemisferio sur, descubrió que estaba lleno de posibilidades. Fundó un barcito allá por la 25 y San Juan y prosperó. Hoy por hoy… tiene sucursales en todo el planeta habitable. Eso es Sudamérica y partes de África, por si no sabías.


- Sí sé, sí se. – Aseguró Raúl. – Pero te juro que yo pensaba que McDonalds era un invento yanqui.


- ¿Yanqui? ¿Yanqui, decís? – Se mofó Marcos. – Esos ni se pudieron bancar un par de tormentitas, flaco. Hoy por hoy… Son sólo un cráter. ¡Menos van a inventar las hamburguesas en el 2012!


- Tenés razón. Lo único, por ahí…


- Por ahí… ¿Qué? – Preguntó Marcos, interesado.


- Y… Que pasaron tantas cosas durante esos años, quedó tan poco de lo de antes, que… Bueno, hoy podrían decirnos cualquier cosa y nos la creeríamos, podría inventarse toda una nueva historia. Qué se yo…


- Raúl, Raúl. – Se rió Marcos. – Primero un asado y ahora esto. ¡Tenés cada idea vos!


13 de agosto de 2010

Compre, compre ya

- Hola, ¿Qué tal? Le ofre
Portazo.
El vendedor se quedó mirando la puerta con la mitad de la palabra detenida en el borde de su lengua, tambaleante, vacilante.
Cayendo.
- zco. – Finalizó. Sin modificar su expresión, pasó a la siguiente casa de la manzana. Caminó por la vereda aferrado a su maletín como si fuese una parte más de su propio cuerpo.

De pie frente a una nueva puerta, dio inicio al proceso automático, ensayado por semanas, que comenzaba por una radiante y forzada sonrisa y terminaba con su dedo sobre el timbre, presionándolo firme y constantemente hasta que la puerta se separaba de su marco y una curiosa y algo molesta cabecita aparecía por la rendija.

- Hola, ¿Qué tal? Le ofre(dudó, una duda fugaz, de naturaleza atómica; normalmente la esperanza de vida de sus discursos promediaban las cuatro palabras y media)zco un nuevo producto de empresas SpectoGram. – El rotundo éxito del engatusamiento se vio reflejado en los ojos del potencial cliente, donde podían verse los deslumbrantes dientes blancos del vendedor.

El cliente abrió un poco más la puerta, dubitativo, desconfiando. Su expresión era absolutamente nula. Tan sólo lo suficientemente ambigua como para parecer al mismo tiempo expectante e indiferente. Interesándose pero sin comprometerse. Creyendo que así podía justificarse si en el final decidía no adquirir el producto.

O tal vez simplemente no podía decir que no, como era en muchos casos, y se limitaba a observar hasta que podía juntar la ene con la o y responder negativamente, moviendo la cabeza en un temblequeo hacia ambos costados.

- El condensador de emociones Neutra-Emotion Deluxe. – Indicó el vendedor, extendiendo un folleto holográfico de baja calidad. – Con este pequeño aparatito instalado en su casa, usted puede neutralizar las emociones negativas liberando hormonas en el aire, propiciando así un ambiente agradable.

El cliente miró el folleto pero no lo tomó con sus manos.

- Simplemente basta con seleccionar en el dial la potencia adecuada: Placidez Moderada, Tranquilidad-Con-Sobresaltos, Sonrisa Constante y Felicidad Utópica, siendo ésta última no recomendada durante largos períodos de tiempo.

El cliente miró el folleto nuevamente y trató de hacerse a todos sus detalles sin tomarlo con las manos.

- Y si no le interesa, SpectoGram le ofrece la última novedad en materia de mascotas. El Pet Brain High Potencial, un maravilloso artilugio que permite que su perro, gato, canario, hámster, tortuga, conejo, vaca, delfín, caballo, orangután, cameeeeeezzztt tz tz tz

El cliente lo miró. El vendedor había comenzado a soltar chispas desde la boca.

- me me me me me me me - Continuó, por unos segundos, hasta cambiar la voz para decir “Restoration point” y proseguir normalmente. - O cualquier animal permitido para su crianza doméstica, desarrolle un coeficiente intelectual semejante al de un niño de seis años. Podrá aprender a contar, sumar, restar y componer textos simples, además de ser capaz de razonar y comprender. – Automáticamente agregó a su mano un segundo folleto holográfico, ésta vez en colores.

El cliente vaciló por un segundo. Finalmente se hizo con ambos folletos y los observó detenidamente.

- Por último, tengo para ofrecerle una última novedad. – Todas lo eran. – ¿Harto ya de tener que discutir con sus parientes por el control de la holovisión? ¿Quiere ver un buen partido de soccer deathball y su esposa la última edición de las holonovelas, y nunca pueden llegar a un acuerdo? Pues hágase con el nuevo Simultá-NeoVisión, el nuevo holovisor con emisor-receptor telepático.

El cliente apartó su mirada de los folletos y la concentró en el robot con maletín que tenía frente a sí.

- Este holovisor muestra a cada holovidente mentalmente el canal que desean ver, pudiendo hacerlo con hasta cinco espectadores al mismo tiempo y consumiendo la misma energía que un holovisor normal. No se pierda nunca más a su equipo favorito ni a sus estrellas de cine: véalas en Simultá-NeoVisión.

El robot vendedor finalizó, sonriendo y mostrando un nuevo folleto.

El cliente le devolvió los anteriores, seguramente deseando algún producto pero recordando las cuentas y las deudas, además de otras necesidades prioritarias. Tras sacudir levemente la cabeza hacia ambos costados, cerró la puerta.

El vendedor regresó a la vereda y se aproximó a la siguiente casa.
Sonrisa, dedo, timbre. Puerta.
- Hola, ¿Qué tal? Le ofre

12 de agosto de 2010

Puequeño Glosario del Coloquio Íntimo

Verga: (Del lat. virga). F. Pene. || 2. Situación incómoda o de malas características. Fue una verga el recital. || 3. Persona cruel o egoísta. Sos una verga por no convidar. || 4. Lugar nefasto, generalmente lejano y de ubicación imprecisa. Andate a la verga. || 5. Atribución genérica de características malas o negativas. ¡Qué verga esto! || 6. Punto final en oraciones. Y al final me fui. Verga. || Concha de la verga. Maldición utilizada en momentos de sumo fiasco o accidentes menores, tales como manchas, caídas, equivocaciones, etc.

Flaco/a: (Del lat. flaccus). Persona. || 2. Fórmula típica que se utiliza para denominar un amplio rango de sujetos a los que se les atribuye características genéricas. En la esquina había un flaco. || 3. Sustituto universal de nombres de pila. || 4. Man.

Terrible: (Del lat. terribĭlis). Que resulta ser de suma relevancia. || 2. Situación muy mala y llamativa. Solo y sin plata, ¡Terrible! || 3. Situación muy buena y emocionante. Te sacaste un diez, ¡Terrible! || 4. De enormes proporciones. Terrible edificio había en la ciudad. || 5. De sabor exquisito. Anoche me mandé una mila terrible. || 6. Persona desobediente o rebelde. Sos terrible vos, ¿Eh? || 7. Persona sumamente exigente. Es terrible ese profesor, terrible. || 8. Situación altamente emocionante. Fue terrible la montaña rusa, posta.

Show: (Voz ingl.). Excelente, llamativo, magnífico. || 2. Muy acertado u oportuno. Me llamó justo cuando me desocupé, un show. || 3. Aceptación resignada de lo que se ha podido conseguir. Show si te sacaste cuatro.

Chequeta: (Del dim. De Chico). Mujer hermosa. || 2. Mujer que ha realizado un gesto con connotaciones sexuales o de sensualidad. No me guiñes así el ojo, chequeta, que pienso cualquier cosa. || 3. Mujer que se muestra indiferente. Me ignora la chequeta, se muere de ganas. || 4. Mujer que no se sabe observada. Mirala a esa chequeta que va corriendo. || 5. Mujer.

Pechar: Bastar, alcanzar. || 2. De algo que interesa. Pecha la película, ¿No? || 3. Comida ligeramente sabrosa. Pecharon las pizzas. || 4. Decisión. No sabía que hacer, pero pechó ir al teatro.

Copado: Entusiasmado o fascinado con algo. Se quedó copado con la mina aquella. || 2. Interesante. Qué copado este libro. || 3. Metido de lleno en la situación, compenetrado. Estaba copado con el partido y no escuché el celular. || 4. Sorprendente o llamativo. El malabarista era muy copado.

Posta: Verdad irrefutable. || 2. Refuerzo para lograr confianza en las afirmaciones. Esa película es mala. Posta.

Moquero: Persona descuidada o torpe. || 2. Persona que ha quedado en ridículo frente a otras. || 3. Cosa mala o de baja calidad. Este libro es moquero. || 4. Persona tonta. Moquero, ¿Qué no sabés sumar?

Moco: Equivocación, error. Me mandé un moco. || 2. Dicho de una persona: Que es moquero.

9 de agosto de 2010

Les propongo un juego

Hace un tiempo ya, será unos meses, que quería participar de algún tipo de juego cuyo sistema consistiese en el ejercicio de la escritura o alguna destreza literaria similar. Tras una infructuosa búsqueda en Internet, había desistido.
Sin embargo, tiempo después, a Sole le confirieron en su colegio una tarea que sonaba por demás interesante: Básicamente le proporcionaban seis ideas/frases, a partir de la selección de una de las cuales debiera componer alguna pieza en forma de cuento o narración.
Automáticamente desarrollé una idea traviesa. Una vez le devolvieran la consigna, podría pasarme las seis ideas y yo compondría un escrito en base a la misma idea seleccionada, a fin de comparar ulteriormente los resultados.
Dicho y hecho, realizamos hasta el día de hoy tres de las ideas.
Y la propuesta a ustedes, fieles lectores, es la siguiente:
Seleccionen una de las seis ideas, y, sin leer los escritos ya finalizados, se animen a componer la propia, para luego agregarla. Como todo juego, éste también tiene sus reglas.


1) A partir de la selección de la frase o idea, tienen unos cinco o diez minutos para prepararse. Luego de eso, cuentan con cuarenta minutos para desarrollar el texto. Esto es porque originalmente la tarea fue dada en clase y el desafío consistía en que quedaban veinticinco minutos antes del recreo. Para alivianar un poco ese peso, extendemos el límite unos minutos más, pero ojo: No es obligatorio, si se llegase a superar el tiempo, no está mal; pero cuanto más rápido y de un tirón salga la historia, mejor.
2) No hay límites mínimos ni máximos en la extensión de las narraciones.
3) La frase/idea no debe aparecer como una oración transcripta en el texto, aunque está permitido.
4) Están permitidos todos los géneros y tipos de narraciones. Exhortamos a la liberación creativa y a la exploración de posibilidades.
5) Está prohibido leer los textos realizados antes de comenzar el propio. Por un lado, no queremos que al realizar la nueva pieza, ésta sea forzosamente distinta a las anteriores. Por el otro, no queremos ni influir ni limitar y nos gustaría que cada creación sea absolutamente pura.

6) Dejen sus resultados en los comentarios del post.


Elige una de las siguientes propuestas para narrar:

1. Todo empezó en el túnel, en ese oscuro pasadizo de tres dimensiones: Húmedo, solo, tétrico.

2. Me levanté sobresaltado/a pensando que mi vida no podía seguir así, sin motivos, sin ilusiones.

3. Llegué a la esquina y tropecé con un hombre que se parecía mucho a mí, diría que casi era mi clon.

4. La lámpara de Aladino había desaparecido y Caperucita Roja era la principal sospechosa.

5. Los Tres Chanchitos corrían por la pradera porque el lobo los perseguía gritándoles guarangadas.

6. Blancanieves con ayuda del Príncipe decidió acabar con el monopolio de la industria de las manzanas.


Con Sole hicimos las ideas 3 y 5, con un fallido intento por la 6. Les dejo a continuación lo que resultó.


Idea 3, por Sole

Llegué a la esquina y tropecé con un hombre que se parecía mucho a mí, diría que casi era mi clon.
“El segundo esta mañana” pensé, mientras acomodaba mis manos en los bolsillos del impermeable.
Caminando, aún más encorvado todavía, crucé la calle.
Ya había llegado.
Me paré frente al descomunal edificio y entrando a través de la puerta vaivén, me crucé con otro que avanzaba en sentido contrario. Se sacó el sombrero y amablemente con una sonrisa mecánica me dijo:
- Buenos días.
Sólo asentí con la cabeza y antes de verlo desaparecer en la inmensidad del tránsito, atiné a vislumbrar la placa identificatoria que llevaba prendida en la solapa del sobretodo: “Bob 1035”.
Caminé, sin mucho más entusiasmo, cruzando el lobby para abordar el ascensor y dirigirme al primer piso.
- Buen día – me dijo la recepcionista.
No respondí.
Entré en el despacho y esperé a que él llegara.

Abrió la puerta con una de sus mejores sonrisas y me vio sentado, sintiéndome ínfimo, en sus sillones de cuero.
Se sentó frente a mí y se cruzó de piernas, apoyó sobre su falda mi ficha y la leyó sin mayor detenimiento.
- Bueno, ¿Qué te trae por acá? – resolvió unos minutos después de leer.
Cerró la carpeta y me prestó atención.
- Esta mañana sentí que mis piernas no respondían correctamente.
Asintió con determinación, agarrándose la barbilla:
- No me parece extraño, según tu historial, en la fábrica cometieron algunos errores.
Aún con más confianza en sí mismo, se paró y se encaminó en mi dirección.
- El brazo – Me pidió, sin necesidad de aclaraciones, una vez que estuvo a mi lado.
Introdujo la contraseña, discando suavemente en la pantalla de mi antebrazo y yo sentí cómo todo en mi interior se desconectaba y cómo caía en una somnolencia forzada.
Siempre odié a los mecánicos y a todas sus revisiones innecesarias.


Idea 3, por Santiago

Los chicos parecieron realmente entusiasmados cuando sus dedos índices se alzaron al unísono para señalar al hombre que acabábamos de cruzar. Uno de ellos, con la euforia todavía brillando en sus ojos, me gritó “¡Era tu clon!”. Volví mi rostro rápidamente, emocionado ante aquella posibilidad, la del misterioso parecido físico con un total desconocido. Pero lo único que alcancé a ver fue una fugaz silueta desaparecer tras la esquina.
Entonces recordé por qué no había alcanzado a verlo. En un descuido, me había distraído hablando con uno de mis acompañantes. Al dejar de atender el camino, no había visto a una persona que venía en mi dirección. Sin embargo, un murmullo me había anticipado su llegada; luego sabría que habían sido comentarios sobre el parecido notado. Cuando miré, esta persona impactó contra mi hombro, pasando rápidamente. Lo que pensé en ese momento, sin llegar a enojarme, fue “¿Cuál es el apuro?”, pero ignoré ese pensamiento cuando uno de mis amigos se me acercó con la carcajada naciente y la expresión maravillada.
Cuando me volví y lo vi desaparecer muchas preguntas asaltaron mi mente… Nunca había visto así a mis amigos. Y por alguna razón no podía dejar de pensar en que el desconocido me había parecido de aproximadamente mi estatura y de igual color de cabellos. Pero, sobre todo, juraría haber reconocido su remera como una muy parecida a una mía. “¿Podría ser que…?” Comencé a preguntarme, a dejarme llevar por una loca imaginación que me llevaría a mil posibles conclusiones. Pero no pude.
- Es él, él. – Dijo, señalándome, un hombre de una tupida barba cana, que venía frenando una corrida aparentemente prolongada, indicada por su agitación y gotas de sudor. – Él me robó, oficial.
Y entonces noté su séquito de policías, igualmente agitados, armados con pistolas y porras. Sus expresiones de cansancio se transformaron en unas de urgencia al verme tan quieto y desprevenido.
Mientras se acercaban a mí a trompicones, blandiendo sus armas y profiriendo órdenes y amenazas, tuve tan sólo un segundo para comprender. Habían estado persiguiendo a aquel que se me parecía. Ese pensamiento me tranquilizó, todo estaría en orden.
Cuando me tuvieron en el suelo, y tras propinarme algunos golpes, comencé a explicarles tranquilamente que no era yo a quien buscaban. Pero, como era de esperar, me ignoraron, así que comencé a gritarles.
Intenté, por todos los medios posibles, que me oyeran y me dejaran ir, hasta que sucedió aquello que me dejó estupefacto.
Uno de los policías hurgó en mis bolsillos y extrajo algo que no debía estar allí. Se lo mostró al canoso y éste asintió, envolviéndolo cuidadosamente en un paño.
Aunque me costó un poco al principio, recordé y entendí. Mi clon, mi parecido, lo había puesto en mi bolsillo cuando me había chocado. Había notado mi parecido y se había aprovechado de ello.
Mientras me subían a un patrullero, me preguntaba una y otra vez si es que de alguna manera él sabía que yo iba a estar ahí, que iba a cruzarse conmigo.
Mientras me alejaba en el patrullero, volví mi cabeza para mirar.
Allá atrás vi a mi clon, rodeado por mis amigos. Sonreía.
El patrullero giró en una esquina.


Idea 5, por Sole

Aquella plácida mañana de domingo primaveral, los tres chanchitos paseaban por el bosque.
Cantando, recogían flores, sin que nadie se imaginara que estaban siendo acechados.
El lobo, se relamía entre el tupido follaje, haciendo un gran esfuerzo por mantener el estruendo de su estómago a un volumen lo más bajo posible.
Uno de los chanchitos, un tanto cansado, se detuvo en una de las curvas del camino, para descansar las pesuñas, dejando que los demás se le adelantaran.
El lobo, aprovechando la oportunidad, se acercó, casi sin hacer ruido.
El chanchito se refregaba las patas cuando una gran sombra apareció a sus espaldas.
Asustado, se volvió, y vio a nada menos que al lobo relamiéndose.
Ahora, petrificado, trató de gritar en busca de ayuda, pero el lobo supo ser ágil y le tapó la boca.
- No grites – le susurró al oído – Cortala con el teatro, no hay nadie.
El chanchito, echando un vistazo a los alrededores, suspiró y se alejó unos pasos del lobo para poder observarlo.
- No tengo nada para ofrecer – La criaturita rosa y rechonchita, se encogió de hombros y trató de proseguir su camino.
- ¡¿Cómo que no tenés nada para ofrecer?! – El lobo se transfiguró, sacando sus garras y salpicando saliva encima del chanchito, que, al escucharlo vociferar, se volvió con compasión.
- Bueno, está bien, pero el precio sube, me cuesta mucho conseguirlas estos días.
Sin apuros, sacó del bolsillo de su pequeña campera un atado minúsculo de espinaca.
- ¡¿Esto es todo?! – Bramó el lobo – ¡Sabés que esto no es suficiente!
El chanchito volvió a encogerse de hombros y guardó la verdura en el bolsillo, hizo señal de despedida y cuando ya estaba por darse vuelta, el lobo lo tomó por los talones.
Llorando, le imploró que lo perdonase:
- ¡Es que no podés darte una idea del estrés que causa tener que aparentar y sobre todo en mi condición!
El chancho, sin desconocer la situación, lo palmeó en el hombro y lo obligó a erguirse.
- ¿Lo querés o no?
El lobo, enjugándose las lágrimas, asintió.

Ese mismo día, más hacia la tarde podía verse en el prado tres puntos rosa deslizarse con velocidad entre el suave pasto, siendo aturdidos por injurias, provenientes del lobo, que los correteaba por detrás. Resultaba ser, que, el atado de espinaca, había sido en verdad un atado de hojas comunes y silvestres, ocultando finas tiras de carne de oveja en su interior. A sabiendas de que los lobos odian que les hagan bromas sobre comer ovejas, ¡Qué disparate sería!


Idea 5, por Santiago

La liebre se detuvo a descansar bajo la sombra de un árbol.
Cantaba y se reía. La tortuga nunca la alcanzaría. Y le divertía mucho tomarse esos descansos que poblaban de falsas esperanzas el lento espíritu del animal acorazado.
Se puso de pie: la tortuga se encontraba próxima a la meta de la carrera. Con tranquilidad, la dejó aproximarse aún más. En un abrir y cerrar de ojos la superaría y ganaría la carrera, ridiculizando aún más al pobre animalito.
Un metro, diez centímetros le quedaban a la tortuga cuando la liebre se aprestó para ganar. Dio un paso y… Un chanchito la chocó, lanzándola al piso.
- Perdón - Dijo, y continuó corriendo. Tras él, dos chanchitos más.
Alarmada, la liebre se puso de pie. La tortuga, al parecer, sólo había avanzado cinco centímetros. Todavía podía ganar. Con tranquilidad comenzó el trote, cuando un lobo la chocó y la lanzó al suelo. Éste, sin inmutarse, avanzaba profiriendo alaridos.
- Chanchos malnacidos hijos de puta los voy a carnear van a ver me voy a hacer un sanguche de ustedes la concha de la lora y todos los pájaros juntos.
Y se perdió en la distancia, tras los pequeños porcinos.
La liebre se puso de pie. La tortuga había ganado la carrera y era felicitada por todos los animalillos del bosque.

El lobo continuó su corrida, desesperado, enojado, enfurecido, hasta diría “ido”.
Todos en el bosque sabían de la astucia y la picardía de los chanchitos, traviesos a más no poder. Y lo habían probado escabulléndose en la casa del lobo y robándole un álbum con ciertas fotos en los que aparecía vestido de mujer con un camisón más bien ridículo.
No podía permitir que los demás en el bosque se enteraran. Suficiente había tenido con aquel leñador
Y los chanchos eran, como diría el lobo por años, unos verdaderos hijos de la reputísima madre que los parió.
- ¡Chanchos! – Gritó - ¡Hijos de la reputísima madre que los parió! – Insistió, mientras corría apresurado. En la distancia veía las siluetas de los cerditos correr despavoridamente. – Denme el álbum. ¡Conchudos!
Apresuró sus pasos. Si no fuera por aquella liebre, ya tendría a los cerditos entre sus garras. Y, lo más importante, el álbum. “¿Por qué lo guardo?” Se preguntó, como muchas otras veces.
Así corrió, gritando guarangadas e insultos, atrayendo la atención de diversos animales. Hasta que perdió a los chanchos de vista. El corazón le dio un vuelco.
Rápidamente se volvió, para encontrar en las cercanías a un gato vestido con ropajes de cuero. El lobo se le acercó.
- ¿Qué onda? – Le dijo, mirando las botas del animal. – Digo, ¿No viste pasar unos chanchos por acá? - El gato lo miró y asintió, señalando con su zarpa hacia unos árboles. El lobo le agradeció y salió corriendo.
- ¡Ya los voy a agarrar mierdas! ¡Devuélvanme las fotos, pelos de escroto! Les voy a partir el orto, soretes. – Gritó, con su mejor tono.
Cuando traspasó los árboles, se detuvo. Frente a él había una casa completamente hecha de cerillos. Primero pensó “Qué curioso, che”. Hasta que vio el chiquero a un lado de la casa.
Ésa, era la casa de un chancho.
- Te agarré, hijo de puta. – Murmuró. Y recordó aquella técnica que había aprendido años atrás. Nada, ni siquiera una casa, podría resistirse a un buen soplido de Lobo Feroz.