26 de mayo de 2006

Se dice: REGALAME UNA HOJA

¿Vieron que cuando uno pide prestada una hoja nunca la devuelve? Sí, me refiero a esas veces que hay una prueba sorpresa, y nunca falta el tipo que se quedó sin hojas, que, ni bien la profesora dice “Prueba sorpresa, chicos”, y en conjunto con las quejas y los desesperados “no, por favor”, el sujeto propiamente dicho exclama, en un tono lo suficientemente apropiado como para que todo el curso lo oiga, alimentando en gran manera las posibilidades de escuchar una respuesta positiva, “¿¡Alguien me presta una hoja!?”.
Por supuesto (a su vez) nunca falta el sujeto (o sujeto femenino), que responde afirmativamente, extendiéndole una hoja rayada sin uso al damnificado. Éste, en cuestión de protocolo, responde “Gracias”, sin mirar a los ojos de su donante siquiera.
¿Debe esperar ese enviado de Dios recibir su hoja en algún supuesto futuro? Y, según el diccionario, prestar es... (Del latín praestãre), Entregar algo mediante obligación de que sea devuelto. Si mi léxico no me engaña, devolver significa... (Del latín devolvére), Volver una cosa o situación al estado que tenía, o, en todo caso, restituirla a la persona que la poseía.
Y, si hacemos los cálculos correspondientes, “prestar una hoja” significa que el interesado debe devolver dicha hoja al propietario original. Éste, como dueño o contador de un banco, espera que cada persona que pide un préstamo termine pagándolo en las correspondientes (e interminables) cuotas, con el así mismo correspondiente 60 %. El problema incide en que no existe documento que diga que “En la prueba sorpresa de Lengua y Literatura, dictada por la profesora Algarroba, la institución dividió una parte de su block para la satisfacción del interesado, Pepito Ramone, sujeto que procederá a la devolución de la cantidad pactada en 84 cuotas y media, con un interés del 60 %”, y menos que esté firmada por la institución y Pepito. De todas maneras, aunque existiera, Pepito debería conocer las precisas medidas y el volumen de la pieza de papel, para poder dividirla en 84 y media partes, y además usar una hoja propia para añadir el 60 %. Pepito, al encontrarse en tal situación, decide ir y jugar una ruleta rusa, porque cree que con eso, ya vio todo en su vida.
Pero existen los otros Pepitos. Sí, esos rojos con cuernos, tridente y cola puntiaguda. Los Pepitos que son malos. Lamentablemente todos nosotros somos Pepitos malos. Pero si llegaron hasta acá se estarán preguntando “¿Qué tiene de malo ser un Pepito malo?... ¿Tan malo es?”. Y la respuesta es, señoras y señores, sí. Es muy malo. El Pepito malo se va a vivir a una isla del caribe, abre una cuenta en una de las islas caimán, le compra cocaína a los Colombianos, engaña a su mujer, se roba un Banco Río y toma el té con la Reina de Inglaterra. Y, lo peor de todo, nunca devuelve la hoja. Claro que, como la mayoría de las personas, los que prestan la hoja son también Pepitos malos y tampoco les interesa que le devuelvan la hoja; razón por la cual nunca la exigen de vuelta ni firman un documento absurdo. Pero no acaba ahí. Si un Pepito (Santo sea el poder de Dios) trata de devolverle la hoja al prestamista, le van a decir “No seas boludo, es una hoja nomás”.
Mi pregunta es... ¡¡¿¿ PARA QUÉ MIERDA DICEN QUE PRESTAN UNA HOJA SI NUNCA SE LA VAN A DEVOLVER??!! Y, de la misma manera, ¡¡¿¿PARA QUÉ CARAJO PIDEN PRESTADA UNA HOJA, SI NUNCA, por el amor de Dios, LA VAN A DEVOLVER??!! ¡¡¿¿ÉH??!! ....

... manga de pepitos...

24 de mayo de 2006

Siempre quise escribir mi primera novela

La verdad, siempre quise. Hace poco leí el Codigo Da Vinci, y me di cuenta de que era muy facil. De cualquier manera, y para estrenar este (absurdo) Blog, les pongo el prologo y los primeros capitulos de la misma.
No tiene nombre aún.

Prólogo

Las luces parpadearon en el laboratorio más secreto de la NASA. El sistema eléctrico había estado teniendo problemas, y era irónico siendo aquel el lugar que contaba con la más alta tecnología sobre el planeta. Charles Teary pasó sus últimos meses en aquel oscuro laboratorio trabajando, y ya había aprendido a vivir sin salir al exterior. No se lo permitían.
Pero ese día era especial. Era distinto a todos y cada uno de los 3738 días que llevaba atrapado allí. Ese día terminaría su trabajo y podría volver a salir. Afuera no le esperaba nadie, claro. Su esposa lo daba por muerto, y nunca había tenido hijos. Pero podía recrear su vida. Empezar de nuevo. Renacer de las cenizas.

Ya eran casi las diez cuando levantó la vista del microscopio y dio por concluido el trabajo. Abrió el cajón que le dijeron que abriera sólo el día en que terminara, y levantó lo único que había dentro.Un control remoto con sólo un botón. Lo presionó.Al instante, una puerta se abrió y dos soldados entraron. Portaban armas cortas y chalecos de Kevlar, además de unas máscaras especiales.
- ¿Guardó todos los archivos? – Le preguntó el más grande de ellos.
- Yo... sí, en dos discos diferentes, además de dejar cuatro copias de todos mis apuntes y documentos escritos... Exactamente como me lo pidieron.
- Excelente – Dijo el otro, y apuntó con su arma a la cabeza de Steary.
- ¿Qué sucede? – Teary no entendía nada. Sentía sus piernas temblar, y sabía que no tenía oportunidades contra dos soldados entrenados. Además, le esperaban miles más afuera.
- Son órdenes. Usted ya hizo lo que debía y el gobierno norteamericano agradece su cooperación.
- ¡Pero me prometieron que saldría! - <>
- Es un riesgo demasiado peligroso que no debemos correr. El proyecto lleva décadas de preparación.Por favor, por...

Trató de cerrar los ojos, pero fue demasiado tarde. Sin sentir ninguna clase de piedad, el soldado presionó el gatillo, y asesinó a Teary. Pero, por suerte, Teary no había podido sentir la bala penetrando su cráneo.

Capítulo 1

La secretaria desapareció detrás de una pesada puerta de madera, dejando a Thomas solo frente al escritorio.Thomas Nowlan acababa de recibirse en Astronomía, y su sueño siempre había sido poder trabajar para la NASA. Siempre había sido un muchacho pretensioso, siempre yendo por más. Ese día estaba allí, en una oficina de la NASA, esperando la respuesta a su petición de empleo.

Su currículum demostraba excelentes calificaciones tanto en las áreas científicas como deportivas. La secretaria había quedado impresionada, de cualquier manera, siempre había que recibir el visto bueno del “jefe” para poder dar el sí. Pero después de haberse ido, la secretaria jamás volvió. Thomas no quería pensar que podía estar pasando allí dentro.
Recorrió con la mirada aquella oficina. Las paredes estaban decoradas con cuadros e imágenes representando la historia de la exploración espacial. Algunas mostraban fotos en blanco y negro del descenso en la luna y otras mostraban impactantes reproducciones en color del descenso en Marte del robot Sojourner. La tecnología había avanzado, sí. ¿Pero lo había hecho el hombre?
Trató de no pensar nuevamente en aquel tema. Ya había hablado de eso en cientos de ensayos, casi todos premiados o elogiados. Sentía que el fruto de toda su vida era encontrarse en aquella habitación en aquel momento.

Observó nuevamente la foto de Neil Armstrong caminado por el suelo lunar. Desde que el alunizaje salió en la televisión, aquel día de Julio de 1969, muchos excépticos habían creído – y seguían creyendo - que había sido una farsa. Se basaban principalmente en las fotografías del terreno lunar. Si se observaba claramente, se podía ver que en la lejanía la imagen se hacía borrosa, lo que no tenía sentido suponiendo que en la luna no hay aire que provoque tal efecto, o al menos eso dicen los científicos. También se podían ver misteriosas fuentes de luz que no tenían origen lógico. Y una de las más increíbles imágenes, era la de un extraño reflejo en el casco de Armstrong. Si no era un OVNI, era un helicóptero de la fuerza aérea de los Estados Unidos.
<<¿Helicópteros en la luna?>> Thomas sonreía cada vez que veía esa imagen.

La secretaria emergió de la puerta, con papeles en la mano. Se sentó en su asiento y comenzó a escribir unas cosas, ignorando completamente la presencia de Thomas. Hizo un par de clics en la computadora y volvió a escribir. Thomas realizó un sonido con su garganta, y la secretaria se incorporó de pronto, como si recién cayera en la cuenta de que había otra persona allí. Miró extrañamente a Thomas, y él sintió que ya había olvidado su petición de trabajo. De pronto, reaccionó.
- Disculpe, Sr. Nowlan, pero por ahora no tenemos vacantes en las oficinas centrales. Quizá dentro de unos meses. <>, pensó Thomas
- ¿Y en una oficina u observatorio en otro estado? Realmente deseo trabajar con ustedes. – Si eso no funcionaba, Thomas iba a tener que comenzar a dictar clases acerca del sistema Solar en una escuela primaria.
- No sabría decirle. Déjeme preguntar.La secretaria desapareció tras la puerta nuevamente, y Thomas dejó escapar algo parecido a un gruñido. Se sintió pisoteado. Después del arduo trabajo que había realizado los últimos cinco años de su vida, lo rechazaban como si fuese un experto en informática que quisiese entrar a trabajar con un acelerador de partículas.La puerta se cerró y el silencio invadió la habitación nuevamente. El aire acondicionado comenzó a vibrar, y Thomas sintió una brisa fresca penetrar su camisa. Pegó los brazos al cuerpo y metió las manos entre las piernas instintivamente, tratando de mantener el calor corporal. De pronto...
El teléfono sonó.Y la secretaria no estaba.

Thomas se acomodó en su asiento, esperando a que la secretaria llegara pronto. Observó el cielo raso, y en una esquina había una cámara enfocándolo. La cámara rotó y enfocó la puerta. Como imitando la cámara, el también observó la puerta, pero nada pasaba. <<¿Qué podría pasar?>>. Pensó por un minuto en acercarse y aumentar la temperatura del aire acondicionado, pero el teléfono volvió a sonar.Se quedó quieto, temiendo a que la secretaria entrara y lo viera toqueteando el equipo de la oficina.

Nada.Y el teléfono volvió a sonar.

Y otra vez.

Antes de que sonara nuevamente, Thomas atendió.
- ¿Hola? – Dijo no estando seguro de si debía decir algo que sonara como “Esto es NASA, buenas tardes”. La respuesta que recibió lo alejó de aquel pensamiento inmediatamente.
- Hola. Soy Montgomery McQuimby, y necesito su ayuda urgentemente.

Thomas no sabía que esa llamada cambiaría para siempre su vida y la de todos los seres humanos.

Capítulo 2

Thomas trató de reordenar sus ideas. De pronto notó que todavía tenía el tubo del teléfono en su mano derecha, y que aquella persona le hablaba. Decidió prestarle atención.
- Soy científico, y la verdad es que no tengo mucho tiempo. Con mucha suerte he logrado realizar esta llamada desde donde me tienen cautivo.
- ¿Cautivo? ¿A qué se refiere? – Preguntó Thomas, desconcertado. Sin hacer caso a aquella pregunta, McQuimby continuó hablando.
- ... sólo podía marcar un número al azar, y ese número debía ser de una oficina de la NASA. Espero que entienda lo que voy a decirle.
- Espere un momento, ¿Usted dice que la llamada fue al azar? – Thomas creyó que su suerte no podía ser peor. O ese tipo estaba bromeando, o se trataba realmente de alguien que necesitaba su ayuda.
- Eso no importa. Me tienen encerrado en este laboratorio, y no quiero continuar con lo que me obligan a hacer. Hace unos meses me revelaron el verdadero objetivo de nuestra investigación, y realmente no quiero seguir. Creo que asesinaron a los demás científicos, pero quizás uno sigue vivo. Pero lo importante es...
- ¿Los demás? ¿Qué quiere decir con eso?
- Tengo muy poco tiempo para hablar. Tiene que ver con...

La llamada se cortó. Thomas sentía que le habían jugado la broma más grande de su vida. Un tipo llama a una oficina de la NASA, dice que lo están obligando a hacer algo que no quiere, y luego la llamada se corta. <> Ese nombre se repetía en la cabeza de Thomas una y otra vez. <>.Thomas colgó el teléfono, y la secretaría salió nuevamente de la oficina contigua. Miró extrañamente a Thomas, preguntándose qué hacía tan cerca del escritorio. Sus reflejos lo obligan a retroceder, para que la secretaria no pregunte nada, y continúa observándola, sin saber que decir. El tono desesperado de aquel hombre lo había dejado pasmado. De repente, la secretaria habló.

- No, no tenemos más vacantes. Tendrá que esperar unos meses.
- Yo, eh... gracias. – Dijo, y salió de la habitación, casi olvidando su maletín.

Una vez afuera, se dirigió a la salida, sólo pensando en la extraña llamada que había recibido. <>, se decía. Pero debía tomar sus responsabilidades.
Podría irse y olvidar la llamada para siempre.
O podría avisarle a la secretaria, sabiendo que tal vez ella no haga nada.
Pero también podía ir a una base de datos y consultar lo que exista sobre Montgomery McQuimby, y tratar de averiguar que podría estarle pasando. ¿Existirá ese nombre?. La guía telefónica podría darle muchas opciones, y quizá ese McQuimby sea de otra ciudad. Las posibilidades de encontrar a McQuimby, teniendo en cuenta las posibilidades físicas que le prometían los recursos de Thomas, eran casi inexistentes.De pronto, por su cabeza pasó una posible respuesta. Si aquel científico había trabajado en la NASA, debía figurar en algún archivo. Alguna ficha, algún proyecto. O quizá sólo encontraba algo en Internet. No perdía nada más que unos minutos de su tiempo, así que se dirigió a la biblioteca del establecimiento. Según una de las indicaciones, estaba dos plantas más arriba.
Caminó hasta el ascensor, y al ver que alguien estaba subiendo, apretó el paso. Cuando casi estaban por cerrarse las puertas, logró entrar. Dentro habían tres personas, que lo miraron de manera extraña. Espero unos minutos, y cuando llegaron a la tercer planta, las puertas se abrieron y Thomas se apresuró a salir.Entró a la biblioteca, que se encontraba desierta. Se sentó frente a uno de los ordenadores, y lo encendió. Mientras esperaba a se encendiera completamente, se puso a pensar en lo absurdo de su búsqueda.