Ella subió al escenario con timidez.
Sus pies lentamente respondieron a sus órdenes, y su espíritu más bien podría estar en otra parte. Todas sus fuerzas la empujaban a abandonar, a sucumbir; mientras que alguna otra parte de su ser la encomiaba a continuar. A entregarse.
Sus manos, trémulos pedacitos de hueso y sangre, revolotearon alrededor de sus piernas en un vuelo accidentado. Su garganta se ahogó con aire, saliva, miedo y angustia. Su mirada se encontró con el piso y con el refugio abrigador de sus párpados. Y esquivó en todo momento las miles que se le posaban por todo el cuerpo.
Desnudándola.
Tocándola.
Violándola.
A partir de ese momento no podía ser suya. Una masa de lunáticos enfebrecidos la poseía, a la distancia, como un juguete visual.
Su espíritu intentó alejarse nuevamente. Su espíritu de sueños, de esperanzas de fama y éxito. De reconocimiento. Se sentía chiquita e infantil. Tímida, como siempre había sido. Pero esta vez a una escala atroz.
Un timbre asomó por su cuello en forma de una vibración creciente. Sus labios se humedecieron en explosión y se abrieron como alas que la alzaron en éxtasis. Su voz se expandió hacia el aire y el espacio, saliendo de nuevo como ella misma, dejando atrás el cuerpo que la contenía. Su nueva figura, esta vez por completo desnuda, pero igualmente impudorosa, se enfrentó a la marea de idiotas que se esforzaban por obtener un trozo más de su imagen.
Su garganta explotó nuevamente, su figura creció, creció…
Un martillazo pegó directamente sobre sus ánimos. Un martillazo estruendoso, vitoreado por la multitud, pegó en su cerebro y su alma como un gong despiadado.
Sus rodillas enflaquecieron de pronto y requirió de un enorme esfuerzo para mantenerse en pie.
La luz de sus sonidos se hizo más tenue. Pero no se apagó. Siguió saliendo, mientras su espíritu buscaba cubrir su desnudez con algo.
Un segundo martillazo la hizo retroceder unos pasos, tanto, que entró de nuevo dentro de si misma, nuevamente vestida, nuevamente tímida. Nuevamente violada por el aturdimiento, por la furia masiva, por el descontrol humillante.
El tercer martillazo la destruyó. Su garganta quedó muda como la música que mentalmente la había acompañado desde niña. Tres pares de ojos imitaron gestos de compasión y tristeza con notable éxito. Los suyos contuvieron lágrimas ácidas de desilusión e impotencia.
Sus sueños sangraron como un ave abatida por el disparo de un cazador inescrupuloso, deportivo. El ave cayó en círculos, todavía consciente, todavía despierta y adolorida, por metros y metros de aire desgarrador. Finalmente, muerta y destruida, se estrelló contra unas rocas, desintegrándose sin la menor posibilidad de reconstruirse o volver a volar.
El cazador no imitó gestos de compasión y tristeza, los árboles se agitaron en gesto de victoria con la ayuda del viento; esqueléticos y despojados de primaveral belleza.
Ella bajó del escenario con la inexorable certeza de haber fracasado.
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