- Mi amor. Vida mía. Corazón. Te extraño. Te quiero aquí conmigo, ya, ahora, no quiero esperar. Te deseo, te necesito como al mismo aire que respiro, el agua que bebo. Preciso de tu calor, de tu energía. Requiero y ordeno tu llegada, tu pronto arribo a mi vida, a mi pequeño y débil cuerpo que se fortalece con tus ánimos y cariños. Luz de mi alma, cuánto anhelo abrir mi puerta y encontrarte allí parada, arrepentida, ahora segura, con una valija y los cabellos húmedos por alguna lluvia inoportuna, tus lágrimas, que bien podrían ser gotas de lluvia pero yo pensaré que son lágrimas, tu llanto de convencimiento, de los obstáculos que has superado para volver aquí, conmigo, donde perteneces. Y luego fundirnos en un abrazo de amor puro; de pronto despojarnos de nuestras ropas, con suavidad primero, con frenética impaciencia después; y hacer el amor como en aquellas deliciosas mañanas de otoño en las que despertábamos para encontrar nuestras somnolientas miradas contemplándonos fiel y enamoradamente a lo largo de la noche. Y perdóname si insisto tanto, pero sé que todo ha sido un error y sabes que me cuesta mucho hacer esto, pero te ruego que regreses, que reconsideres mi propuesta, que recuerdes el amor eternamente fiel y real que supimos regalarnos y compartir. Mi bella, mi vida, eres pura y hermosa como una perfecta perla en el fondo del mar, curioso y cautivante tesoro que he sabido encontrar y admirar en toda su compleja simplicidad. Cariño mío, regresa. Entrégame nuevamente la magia de tu cuerpo, de tu mirada. Nunca he mirado a otra como te he mirado a ti. Nunca he dicho a otra lo que te he dicho a ti. Nunca he deseado a… Ehm. Te he deseado mucho. Y cada día sueño contigo, con tu voz, con tus aromas, tu suavidad, incluso el sabor de tu cuerpo, de tus labios. Sabor que he sentido hasta en la fibra más íntima de mi ser, más íntima de lo que jamás había sido para mí, más íntima de lo que creía que podía ser. Te has apoderado de mi alma; sin proponértelo te has adueñado de mi voluntad, de mis sueños. Me has encerrado en esta pequeña cajita de cristal donde todo es bello y cada pared me devuelve imágenes y recuerdos de tu rostro, unas veces en alegría, otras en placer. Y no te pido que me liberes, no te pido la llave. Te pido que regreses aquí adentro conmigo. Pues una eternidad en el encierro contigo, es lo que se llama felicidad. ¡Escúchame! Atiende el llanto de este pobre idiota que te ha alejado. Te suplico, de rodillas, castigando todo mi ego y entregándome a ti como este enfermizo indicio de hombre, esta endeble imitación de lo que una persona debiera ser. Comprende: con tu ayuda, tu amor, puedo crecer, cambiar, ser la persona de tus sueños, darte todo aquello que me has pedido. Te lo prometo, te lo juro, lo haré. Porque cualquier otra cosa significa la muerte, la oscuridad. Sin ti, nada. Sin ti, vacío. Así que éste es el último intento, el último movimiento desesperado que hago desde mi cuerpo casi inerte, que incluso siento en caída libre. Me ha costado mucho despojarme de mi incesante orgullo, de mi triste soledad. De mi empecinada abstracción del mundo. Entonces… ¿Qué dices? ¿Vas a atender mis ruegos? ¿Regresarás?
- Eh… No flaco. Número equivocado. clic
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