6 de diciembre de 2007

Verde, que te quiero verde

Bueno, el título de esta entrada no tiene nada que ver con lo que voy a hablar.
El tema que hoy me trae aquí es esa inexplicable costumbre que tenemos algunos de dar consejos en un tema, cuando somos los menos indicados. ¿Se entiende?
Me refiero a, por ejemplo, cuando un muchacho está mal con su novia, y un amigo está mal con la suya. Así que uno ayuda con consejos al otro, pero sin poder aplicarlos en sí mismo. (Tipo Hitch, la película)
Desarrollemos ese ejemplo.
Marcos está saliendo con Marta y Mario está saliendo con Martina. Marcos tiene problemas. Marta lo ignora, no le da cariño, le es indiferente. Él sabe que eso es por algo que él hace y no puede descubrir qué es. Trata de hacerlo todo bien, pero… Algo le sale mal.
Por otro lado, Martina le reclama a Mario la constancia con la que éste entra en su vida, casi diaria, y, siempre, muy “afectuosamente”. Martina se siente oprimida, perseguida. Y Mario no se da cuenta. No la entiende, pero quiere hacer algo para mejorar las cosas. Sabe que cuanto más busque a Martina, más se va a alejar, y teme perderla, aunque él no quiere alejarse.
Mario es amigo de Marcos.
Un día, salen a tomar un café. Marta se fue al club literario y Martina se quedó durmiendo en su casa, de donde vino Mario. Marcos pide un café con leche con medialunas y su amigo un licuado de banana y un tostado de jamón y queso. Mientras esperan, Mario trata de comenzar una conversación con uno de los Temas Genéricos (próximamente en La Cueva de Normandía).
- Hace mucho que no salíamos a tomar algo, no? – Dispara, con la plena seguridad de que apela al costado amiguero de Marcos.
- Cierto – Asiente su amigo, pero sin involucrarse demasiado con la respuesta.
- Serán ya… ¿Cuánto?... tr--
- Tengo problemas con Marta, Mario. No sé que hacer – Lo interrumpe, sacando a flote su vena egoísta. Sus movimientos son nerviosos, apresurados. Su mirada se hunde, pero de pronto explota en un vaivén frenético.
- Contame.
- Hace ya… Tres semanas, creo, que… No me da bola. No me habla, no me abraza... – Se detiene un segundo, tratando de escupir lo que viene a continuación – Ni siquiera me mira!... Trato de hacer todo bien, pero… - Duda durante un segundo.
- Quizás la estás persiguiendo mucho – Indaga Mario, intentando acercar su situación a la de su amigo.
- No sé. No sé. – Duda – Mirá. Vos sabés, yo ya te conté. Ella me dice que la hago feliz, pero… Su cara y su actitud no me muestran eso. Primero, siento que fallo en algo, y segundo, me siento mal. Aparte, que ella esté mal me hace mal.
Mario reflexiona unos momentos. Recuerda unas semanas atrás cuando Marcos y Marta parecían las dos personas más felices del planeta. Iban de un lado al otro de la mano, sonriendo, con una sola cosa en la cabeza: Ellos.
Pero de pronto Marta había dejado de ser esa persona, mientras que Marcos era el mismo. Y eso se notaba por todos lados. Entonces, repentinamente, a Mario se le ocurre una solución.
- Mirá… Yo te diría que tratés de darle su espacio. – Hace un silencio para observar la expresión de su amigo – Seguramente lo que le pasa tiene que ver con que se ven todos los días y a ella la asfixia un poco. Dale su espacio y su tiempo, y vas a ver que ella va a volver a vos. Como se dice “Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
- ¿Vos decís que le corte? ¿Que le pida un tiempo? – Reacciona inmediatamente Marcos.
- Puede ser. Depende de ustedes. La conocemos a Marta. Ella se da cuenta de este tipo de cosas.
- Pero… ¡Yo no quiero terminar con ella!
- Marcos… No tenés que estar de novio con una persona para amarla. A tu vieja la amás y no estás de novio con ella.
Marcos de pronto se queda callado, tratando de entender lo que su amigo le decía. Pensaba en Marta, y en cuánto la amaba. Y que quizás eso que decía su amigo fuera lo mejor.
- Creo que tenés razón Mario. Voy a ver qué hago. Seguramente lo charle con ella – Dice, esta vez mucho más tranquilo.
- Me parece bien. – Acota Mario.
Se dan un momento para beber sus respectivos desayunos, y procesar lo charlado. Marcos está a medio camino entre la tranquilidad y el desasosiego. Su amigo tiene razón, pero es muy duro tener que afrontar semejante decisión. Más allá de que le haga mal, él la ama. Y no quiere dejarla.
Mario, por otro lado, entiende perfectamente a su amigo. Está en una situación muy similar. Martina se siente asfixiada. Atosigada. No lo ignora, pero le reclama constantemente el poco espacio que tiene. No sabe si hablar de eso, cuando…
- Y vos… ¿Qué onda con Martina? – Pregunta Marcos.
- Ehm… Bien, creo. – Se apresura en contestar. Aún no está seguro si quiere hablar de ello.
- Ah, me alegro. Mandale saludos cuando la veas.
Mario ahí se da cuenta de que debería haberlo hablado, pero comienza a pensar en dejarlo pasar. Prefiere arreglar sus cosas con ella y no cargarle más problemas a su amigo.
- Che, cambiando de tema… ¿Cómo vas con tu proyecto? – Pregunta, esta vez, enfocando un tema completamente distinto.
- Ahh, genial. Me falta terminar unos diseños para las últimas entregas, pero si todo sale bien, lo tengo listo para diciembre. – Responde Marcos, encantado de entrar en un tema en el cual sus sentimientos no jueguen el papel principal.
- ¿Diciembre? – Pregunta asombrado Mario. - Mirá vos. Yo creía que… - Se detiene de pronto. Su expresión cambia a sorpresa mientras abre los ojos de sobre manera. Marcos se asusta, y, siguiendo el ángulo visual de Mario, se da vuelta, tratando de averiguar qué le había causado tal reacción. Encuentra a una mujer entrando al bar, un mozo sirviendo unas gaseosas, un nene con un globo. Vuelve a mirar a su amigo y éste tiene un celular en sus manos.
- ¡¿Qué pasa?! – Le pregunta, totalmente desorientado.
- Nada. Recibí un mensaje. – Contesta, mientras revisa la bandeja de entrada. Marcos deja escapar una sonrisa, riéndose de su propia ridiculez. – Es de Martina.
Mario lee el mensaje y no lo comprende. Minutos atrás, mientras entraba al bar, le había mandado un mensaje diciendo “al final, salimos hoy o no?”. Y ahora ella le respondió “No sé. Chau.”. Su expresión de pronto se hundió en la oscuridad, mientras que la de su amigo parecía cada vez más luminosa.
- Bueno… Te cuento – Murmura de repente. – No estoy tan bien con Martina.
Marcos lo mira, desorientado. Hace unos momentos la expresión de Mario mostraba una profunda tranquilidad, pero, de un momento al otro, se había transformado, para revelar ahora una preocupada desesperación.
Él siempre había sido del tipo que confiaba en todos, que no tenía problema en hablar sus cosas. Pero Mario era más reservado… Le recordaba a Marta. Además, él conocía muy pocas cosas de Martina. Ella era un misterio para Marcos. Sus gustos, sus actitudes, sus preferencias.
- Ya hace unos días que me reclama que la asfixio. – dice en un suspiro. Marcos de pronto recuerda las alusiones que había hecho Mario a esa palabra durante la conversación. Ahora entendía por qué. – Dice que soy muy constante, que…
- Que la seguís mucho. – Interviene Marcos.
- ¡Sí!... Hace un tiempo estábamos de lo más bien, pero… no entiendo…
- De un día al otro parece haber cambiado como otra persona. – Vuelve a interrumpir Marcos, para demostrarle que lo entiende completamente. – Sé a lo que te referís.
Mario miró por el vidrio hacia la calle. La niebla invernal de la mañana todavía la ocupaba. Los automóviles, cuales fantasmas, la atravesaban repentinamente al deslizarse por el pavimento húmedo. Las tenues figuras de las personas que se bamboleaban por las veredas parecían estar quietas, mientras aceleraban frenéticamente en alguna dirección. Sus expresiones reflejaban la idea del incesante ir y venir rutinario. Sus ojos se perdían, sus miradas se nublaban. Los autos desaparecían, la niebla se hacía más pesada. Toda idea perdía consistencia mientras la imagen de Martina se formaba suavemente en la oscuridad de la calle.
- La amo, Marcos. Pero no sé qué hacer.
- ¡Dios! – Exclama Marcos – Yo no te entiendo. – Dice, dejando perplejo a Mario. – Me acabas de decir algo que se puede aplicar exactamente de la misma manera a vos.
- ¿A qué te referís? – Pregunta Mario, perdido.
- ¿Qué me dijiste que debería hacer con Marta?
- Que se den un tiempo… O algo parecido. Pero…
- Bien. ¿Y por qué no hacés lo mismo con Martina? Va a resultar lo mismo. Se van a separar un tiempo, se van a extrañar, van a volver, va a ser buenísimo.
- ¿Buenísimo decís? – exclama Mario - ¿Sos consciente? ¿Que la deje, para que estemos mejor? ¿Qué te pasa, Marcos?... Pensaba que eras un tipo inteligente. Primero te hacés el que está mal y todo eso. Y ahora venís y me decís esta barbaridad.
- No, esperá. No te hagás el desentendido. Vos me dijiste eso. – Refuta Marcos.
- Pero es distinto.
- ¿Qué hablás? Dale, no te hagas el gil. Estamos en la misma.
- “Marquitos”... Vos y Marta son un mundo aparte. Tomá. Te dejo diez pesos. – Busca en su billetera, y extrae dos billetes de cinco.
- ¿Te vas? – Pregunta desilusionado Marcos.
- Sí.
- No estarás enojado, ¿Verdad?
- ¡Noooo! – Niega Mario - ¿Enojado, yo? – Agrega, sarcásticamente, sin mirar a los ojos a su amigo.
- Dale, no seas boludo, quedate y charlamos. – Insiste Marcos, con una débil esperanza.
- No, tengo cosas que hacer. – Dice, mientras se pone de pie y se adelanta hacia la salida.
- ¿Qué cosas? Me dijiste que tenías toda la mañana libre.
- Chau Marcos. A ver si podés compartir tus “ideas locas” con otra persona. - Dice ya sin voltearse, dirigiéndose hacia el extrior.
Marcos se quedó sentado y se dio cuenta que Mario no había terminado su licuado. Miró hacia sus costados, se acercó y bebió un sorbo. De paso, mordió el tostado sin terminar.
Casi sin darse cuenta, por su cabeza pasó fugazmente la palabra “pelotudo”.

¿Vieron?
Mario estaba hecho pelota, pero se largó a darle un consejo a Marcos. Y Cuando le preguntó a Marcos que debía hacer con Martina, ni se le pasó por la cabeza que él mismo tenía la respuesta.
¡Dios! ¡Pasa todo el tiempo! Si se dan cuenta, los consejos que le das a los demás no se aplican en vos. Como en los comics. Los superhéroes soportan sus propios superpoderes, es decir, no se pueden dañar a sí mismos. Sino, Superman se quemaría la cara cada vez que tirara rayos de calor por los ojos. ¿Entienden?

1 comentario:

Val dijo...

Já! Me encantó!! Y es taaaaan cierto!!! :)