11 de abril de 2007

Aventuras en los siete mares (A blog's tale)

Este es el proyecto que trabaje un tiempo, y que mencione en un mensaje.
Es en realidad una metafora de mis amigos y yo, y la videa que me rodea. Espero que les guste.

Introito

Érase una vez la historia del disparatado grupo de bribones compuesto por Marious el juglar, Santorio el demente, Wally el errante, Leónidas el religioso y Giulious sin sobrenombre.
Las hazañas de estos héroes eran mencionadas en todas las esquinas del ancho mun-do, sin haber una sola persona que no haya oído de ellos. O al menos eso era lo que ellos creían. Aventuras repletas de aventura, epopeyas muy épicas, travesías atravesadas y demás demases.
Se hacían llamar Los Aventurados, hombres sin miedo y con muchas agallas, sin pre-juicios y con mucho encanto. Dueños de mujeres, dinero y placer. Señores de grandes terri-torios y dueños de inmensos ejércitos. O al menos así decían serlo.
Lo cierto es que Los Aventurados no tenían miedo a salir dolorosamente heridos de una odisea que les prometiera diversión y mucha, pero mucha aventura. Tal era su premisa, por lo general recitada por El Demente Santorio:
“Donde halla aventuras, allí estaremos, porque somos Los Aventureros”
El problema era que siempre equivocaba el nombre de su grupo, acertando uno muy parecido. Pero de una manera u otra, esta frase abreviaba de manera casi exacta la actitud eufórica de esta extraña agrupación.

Capítulo I

“De las mujeres, los siete mares, y la cerveza, o, como lo dijo Santorio, cómo arruinar la vida de un amigo y compañero”


La primera aventura de este grupo de truhanes se centra en la desacertada vida de Marious, el juglar. Marious era un avezado intérprete de laúd, incluso a veces calificado como el más pervertido de los cinco.
Marious se dedicaba a una vida de bajos instintos y pueriles actividades, de las cuales obtenía su mejor provecho y diversión. Santorio y Leónidas demostraron su discrepancia, descartando tales actividades y tachándolas de viles y esquivas. Pero a pesar del desapruebo de sus amigos, Marious continuó siempre con su ir y venir cotidiano, visitando tugurios repletos de escoria y lujuria.
Marious conocía cada uno de los locales y posadas del bajo mundo de todas las ciu-dades que había visitado. Era conocido por todos los camareros e incluso esperado con an-sias, debido a los ingresos monetarios que producía la visita del atrevido hombre.
Cuenta la historia, tantas veces relatada de boca en boca, por las más ancianas seño-ras, y por las más jóvenes niñas, que el juglar había atentado de manera oscura y peligrosa con la estabilidad anímica y amorosa del grupo de aventureros.
En una de sus inenarrables cruzadas, Los Aventurados se habían cruzado con el bu-que mercante “Great Charlie”, propiedad de un amanerado comerciante. Los Aventurados, como era de esperar, habían abordado aquel pacífico bote con la vil intención de apropiarse de sus riquezas. De una u otra manera acabaron en las celdas de la bodega.
El comerciante, bondadoso y gentil, tan sólo los mantuvo allí hasta llegar a tierra fir-me, donde los entregó a las autoridades, despojándolos de su barco y demás pertenencias.
Durante el largo camino a tierra, estos desvergonzados muchachos conocieron a las hijas del comerciante, bellas señoritas extrovertidas y gentiles, que terminaron por gustar-les. De la menor a la mayor, éstas eran Paula la disparatada, Lola la menor, Rosalinda la pequeña, Laureana la iluminada y Lola la mayor.
Si bien entre todos se hicieron amigos, hubo tres importantes acercamientos. Leóni-das parecía gustar de Rosalinda, Marious de Lola la mayor, y Wally sentía afinidad con Lola la menor. Cabe aclarar las diferencias entre estas dos mujeres, las Lolas. Lola la mayor era una mujer menuda, de rizos color azabache, piel morena y una mirada cautivante. Lola la menor era un poco más alta, de piel más clara, y un cabello castaño.
Como decía la historia, Leónidas llegó a enamorarse de Rosalinda, entregándole tanto su cuerpo como su alma. La conclusión de tan romántica historia fue quizás absurda. Rosa-linda no parecía valorar los gestos de su amante, y casi siempre se mostraba confundida.
Al mismo tiempo pasaba lo mismo con Lola la mayor y Marious. La diferencia qui-zás estaba en que, aunque ella sí estaba confundida, era Marious quien no la valoraba, y viceversa. Leónidas y Marious terminaron con sus respectivos amoríos, cuyos encuentros se daban siempre dentro de las celdas.
Por otra parte, Wally el errante nunca llegó a acercarse demasiado a Lola la menor, tal vez debido a su personalidad fría y cerrada. Sin embargo, solía mirar de reojo a Rosalin-da, espiarla, admirarla con los ojos brillantes.
Sucedió una vez que él y Rosalinda sí se acercaron, demostrándose el amor mutuo. Pero a la muchacha su indecisión pareció jugarle otra vez en contra, alejándola de Wally, y acercándola a Marious.
Y esta es la parte que las ancianas cuentan con más entusiasmo.
Marious solía ser un hombre egoísta, poniéndose a él ante que a los demás. En esa ocasión así había sido, dejando de lado los sentimientos de su amigo para acercarse a la bella muchacha.
Tal acción había provocado la primera gran fisura en el grupo. Mientras que Leónidas y Santorio apoyaban a Wally, Giulious se mantenía con Marious. Las chicas, indiferentes.
Wally comenzó a ignorarlo, y Marious comenzó a sentir culpa. Sabía que había obra-do mal, pero no quería resarcir lo dañado.
Y esa era la parte que las ancianas cuentan con más entusiasmo.
A la larga el grupo solucionó el problema, comprendiendo a ambos bribones, así co-mo a la confundida mente de la pequeña. Sin embargo Marious continuó con sus activida-des, demostrando cada vez más que su situación era inrrescatable.
Al llegar a tierra firme el grupo burló una vez más a las autoridades y huyó como ra-tas entre la maleza, olvidando a las muchachas, a su barco y sus demás pertenencias.
Como siempre, Los Aventurados lograron salirse con la suya, aprendiendo esta vez una gran lección, que quizás nunca olviden. Y esa lección era que no valía la pena cambiar la amistad de un compañero por una mujer.
Y, sin ir más lejos, allí es donde termina la primera historia de Los Aventurados, sin penas, ni glorias.

Epílogo

Uno de los niños, perplejo, se acercó a la anciana y le preguntó “¿Esa es la miserable historia que tenías para contar, vieja?”. La anciana se volvió hacia él bajo sus ropajes, mostrando consternación, mientras decía “¿Es que no has aprendido la lección?”, a lo que el niño respondió “Te pagamos por la historia y no lo ha valido, así que mejor devuelve las monedas.”. La mujer comenzó a reír de manera macabra, asustando a los pequeñines y llamando la atención de la gente. “¡AJÁ!”, exclamó, quitándose los ropajes de pronto, revelando a un muy reconocible Santorio bajo ellos, y saliendo a los trotes por la callejuela.
Una vez lejos, gritó hacia la muchedumbre “¡¡Porque donde haya aventura, allí esta-rán Los Aventuristas!!”
Luego se adentró a un callejón con expresión confundida.

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