No puedo negar mi asistencia diaria frente a la pantalla del televisor. Algunas veces se dará para ver alguna película, otras alguna serie, algún dibujo animado, algún programa.
Tampoco puedo contrariar a quien diga que algunos de esas transmisiones televisivas son de mi profundo agrado.
En cambio, si hay algo que puedo desmentir, es la afirmación que diga que no puedo vivir sin la televisión o sin algunos de los productos que me brinda.
La verdad es que si veo televisión es porque no tengo nada mejor para hacer.
Y si nos ponemos a pensar, si las personas no dependieran tanto de la televisión, la sociedad sería radicalmente distinta. Tendríamos alumnos más aplicados, trabajadores más concentrados y demás ocupaciones mejor ocupadas. Luego habría que vencer las otras adicciones, quizás más peligrosas y fuertes que ésta de la que hablo. Y luego habría que difundir otros medios más “formadores”, como la lectura, el estudio, etc.
¿Qué pasa con la televisión?
La televisión es la madre de los medios de comunicación masivos. Sabemos, claro, que la radio había aparecido antes, pero, según la actual definición de MCM (medios de comunicación masiva), la televisión es la que se lleva los laureles.
La televisión tiende a ser un gran moldeador de cerebros. Por lo general, las personas que ven tal o cual programa, terminan por adquirir las frases, actitudes o vestimenta que allí se presentan.
Actualmente, en la televisión argentina, hay un fenómeno que contagia hasta a los más bajos niveles de la sociedad, inunda a los más altos, y se apodera de los medios. Recordando el título de este post seguro que saben a qué me refiero. Si, si, si... Empieza con “Gran”, y termina con “Bochorno”.
Estoy hablando de Gran Hermano, señoras y señores, el reality show que llegó por cuarta vez, amenazando y cumpliendo sus amenazas. Sus amenazas son las de poca cultura, poca cultura, y menos cultura. La estafa televisiva más grande de todos los tiempos.
¿Qué vemos en Gran Hermano? Vemos gente común, viviendo una vida triste, aburrida y monótona, casi programada por la producción de ese reality show. Vemos gente durmiendo, tomando un mate. Discutiendo, acariciándose, amándose. Vemos gente.
Y nos olvidamos de nuestra vida, la real. Nos olvidamos de tomar nosotros el mate, de dormir, de acariciarnos, de amarnos. Dejamos de ser gente y nos convertimos en espectadores.
Nos convertimos en incondicionales zombies de la caja mágica, despertando cada mañana con los habitantes de la tan sublime casa frente a nuestros ojos, de la misma manera que nos dormimos, contemplándolos risueños en la madrugada o frenéticos en una fiesta.
Vi Gran Hermano. Veo Gran hermano. Pero si me preguntan, yo sí puedo vivir sin ellos. Puedo cambiar de canal y listo. Puedo ir a leer un libro, a escribir o dibujar algo. Puedo ir a charlar con un amigo o a abrazarme con mi novia. Puedo ir a dormir, mirar las estrellas o escuchar el viento. Puedo vivir, y no ver la vida de los demás.
La verdadera pregunta que hay que hacer, lectores de todas las razas, géneros y edades, va dirigida a los fanáticos vacíos de este programa del que tanto hablo.
La pregunta es... ¿Qué van a hacer cuando termine Gran Hermano?
Por el amor de Dios, ¿Qué van a hacer?
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