8 de noviembre de 2010

¿Venís?

Si pudiera, te llevaría de viaje.
Como primer destino, te llevaría a las estrellas. Te abrazaría y te alzaría en vuelo, cubriéndote contra el frío y el miedo, besándote los cabellos constantemente y diciéndote que te quiero. Volaríamos hasta llegar a una estrella de diamantes (o rubíes, no me decido aún), donde pararíamos para sacarnos algunas fotos. Caminaríamos por el suelo de las estrellas, inmunes al calor y al vacío, nos amaríamos con frenesí entre explosiones de luz, luego nos vestiríamos para continuar.
Visitaríamos estrellas gigantes y charlaríamos con las pintorescas personas que allí viven, siempre caminando hacia delante, nunca para los costados, y sólo para atrás cuando se enojan. Nos regalarían sus postres de neutrones y cosas así que se cocinan en el interior de su estrella, y les agradeceríamos por su hospitalidad con una sonrisa. Luego nos quitarían los postres porque allí la sonrisa es de muy mal gusto (y olor).
Después nos perderíamos en nebulosas, entretenidos por largos ratos con las extrañas formas que se dibujan en las nubes de polvo estelar. Nos iríamos cuando lleguen las gentes de las estrellas grandes a retarnos nuevamente por esas actitudes nuestras tan impropias.
Después de pasar por un cinturón de asteroides, nos sentaríamos en el borde de un agujero negro a tirar piedritas y tratar de embocar y ver como saltan chispas con cada acierto; chispas de enojo que tiraría el agujero, cansado ya de viajeros espaciales con ganas de probar puntería. Nosotros correríamos a su alrededor, admirando su poder y elegancia, y nos respondería con un chispazo alegre y espectacular en agradecimiento; convirtiendo su solemne y lúgubre oscuridad de agujero negro en un radiante fogonazo de luz blanca.
Todavía algo cegados, viajaríamos a decenas de planetas de vistosas poblaciones. Conoceríamos a los divertidos señores azules que viajan todo el tiempo en nubes de pensamiento; a los curiosos seres invisibles que sólo pueden ser vistos cuando bostezan (y siempre están con sueño); a los desagradables enanos que viven en planetas pequeños y hablan todos al mismo tiempo, para decir lo mismo. Y dicen muchísimas cosas.
Cansados, diríamos basta y nos iríamos.

En la siguiente parada de nuestro viaje, te llevaría a los sueños. Tanto viajar por el espacio, tanto visitar, tanto hacer el amor entre soles y cometas, que nunca nos habríamos detenido para dormir. Entonces, en una merecida siesta, continuaríamos nuestro viaje.
Primero probaríamos desafiar las leyes de la gravedad, flotando y haciendo flotar cosas. Cambiaríamos nuestras formas y cuerpos, colores y tamaños. Nos reiríamos de las muecas imposibles, de los sonidos tangibles, de los pensamientos que cobrarían forma para asustarse y huir despavoridos ante nuestra mirada. Nos amaríamos nuevamente, (porque no podemos dejar de hacerlo y al cuerno con la propiedad y el recato) y descubriríamos lo divertido que puede llegar a ser hacer el amor en un sueño, con lo inverosímil de estar dentro nuestro mientras estamos en lugares distintos, encontrándonos a destiempo y volviéndonos completamente inmateriales.

Con los brazos alzados y un bostezo despertaríamos en nuestra cama, confundidos por la travesía y las ganas de seguir durmiendo un poco más.
Te daría un beso y, enamorado, te diría otra vez cuánto te quiero, antes de sentir una sensación rara, como un recuerdo de una sensación, y darme cuenta de que me encantaría llevarte de viaje. Te volvería hacia mí y te contaría lo que haríamos.
En primer lugar, las estrellas. Con un abrazo te alzaría en vuelo...

No hay comentarios.: