En una conversación, siempre surge aquel que cuenta lo que le ha sucedido, una anécdota, un hecho, un recuerdo.
Esto activa y genera un nuevo tema, los porqués, los cuándos, los cómos. Y la conversación se nutre de las opiniones que vienen a continuación. Uno opina, y el otro se muestra contrario a esa opinión. Uno demuestra los datos que ha aprendido por experiencia, otro se apresura por demostrar que su experiencia demuestra lo contrario.
De pronto ya no hay más conversación. No hay más diálogos.
Cada uno de los hablantes empieza con su canción. La canción del yo.
Yo hice aquello.
Pero yo hice esto otro.
Yo fui para allá.
Yo me quedé acá.
Yo uso esto.
Yo me peino así.
Cada esfuerzo es más monumental. Ya no se trata de lo que pasó, de lo que hice, sino de que a mí me pasó. Yo lo hice. Yo.
Yo pienso así. Y en esa frase tratan de decir: Así es como se debería pensar. Estoy en lo correcto. Escúchenme. ¡Escúchenme!
Yo compré aquello. Y no se trata de qué compré. Se trata de que mi criterio al elegirlo es mejor, por eso pude comprarlo.
Luego, van a empezar con las acusaciones. Vos dijiste que, yo escuché que, yo entendí.
Yo, yo, yo.
Se pelean por obtener un lugar en la conversación. Por poder lograr su turno de exposición al mundo, de demostrarles algo a los demás.
Y, hasta que no los escuchen, no van a parar, van a insistir. ¡Van a gritar!
Si alguien dice, vi tal programa de televisión. Todos van a aportar, yo también, yo hace mucho que no, yo si, yo no lo vi. Si alguien dice, yo uso tal marca de ropa, no pueden contenerse, no. TODOS van a terminar comentando qué marca de ropa usan y por qué. Y luego la marca de los anteojos, y del auto, y por qué es bueno, por qué es mejor; porque yo lo uso.
Si escuchan una opinión, tienen que saltarle encima para demostrar la propia. ¿Por qué será así?
Si alguien los ataca, van a responder atacando de nuevo. Son dañados, y dañan en consecuencia. Tienen que demostrar que el otro también está errado en algo, en alguna parte.
¿Por qué?
Esa parte de mí, la que se expone, la que es presa del yo, es inmunda y me da asco.
Lucho por contenerla, y me cuesta mucho. Miro a las personas que lo logran y las miro con profunda admiración.
Personas que se callan, que observan y no necesitan responder a todo eso. Saben muy bien qué sonrisa y qué expresión de decepción utilizar como su mejor arma. No los vas a ver seguido en una discusión… Nunca podrían llegar a eso, no lo necesitan.
Los otros, en cambio, siempre tienen que demostrar, demostrarles a los demás, que pueden, que son. No pueden contentarse con su interioridad. Qué egoístas, qué soberbios, qué hipócritas…
Lo peor… Es que tengo mucho de eso, y lo grito por este medio así lo digo de alguna manera. Con los yo no puedo hablarlo, rápidamente se tornaría en una discusión. Con esas otras personas especiales… No me siento capaz de dialogarlo, lo sentiría más bien como una confesión.
Y esto va dirigido a ciertas personas, de las cuales varias probablemente nunca lo lean.
Ah, y a mí.
2 comentarios:
Si... Deja vu... me alegro de que finalmente lo hayas expresado. Concuerdo. Un beso grande.
Ah... pero mirá vos!! En esto mismo vengo pensando últimamente.
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