Imaginándome en otra situación, poniéndome en el lugar de otro Santiago (un Santiago tal vez mayor, tal vez recién nacido, tal vez enojado, tal vez arquitecto en Chipre), imaginándolos los hago reales. Veo las posibilidades como si de pronto pudiese ver cada molécula del aire, como ineludibles y necesarias piezas de irrealidad real. El sueño dentro de un sueño.
Me pregunto ¿Qué hubiera sido si…? Y me respondo de miles de formas diferentes.
Si no hubiera ido al colegio. Si hubiera ido a otro colegio. Si no hubiera conocido a ésas personas, si las hubiese conocido antes, o después. Si hubiera muerto. Si no hubiera nacido.
Cada nueva idea esconde una nueva hipótesis, un nuevo Santiago.
Y me veo como en un doble espejo enfrentado e infinito, en el cual cada movimiento es repetido incontables veces. Pero por Santiagos de universos paralelos.
Imagino tanto, vivo tanto en esas realidades que las hago reales. Al menos en mi cabeza tienen perfecta veracidad. Las imagino tanto que de pronto me doy cuenta que yo también soy parte de la imaginación de un posible Santiago pensándome en algún otro universo como una posibilidad más.
¿Qué tan real puedo ser?
¿Qué tan imaginario puedo ser?
Tal vez esta vida sólo exista como una idea pasajera en la cabeza de otro ser. Tal vez todo el sentido de mi existencia sea sólo para satisfacer esa idea. De pronto, tendría mucho sentido.
Cada incoherencia de este mundo se mostraría no sólo como una de las horrendas realidades de este planeta y sus sociedades humanas, sino como un factor que posibilitó al Santiago imaginado, al Santiago que termina por ser la idea absurda e imposible de otro.
Si no fuera por todas esas cosas, Santiago no existiría, no estaría para ser imaginado. O al revés: El otro Santiago nunca me hubiera imaginado, y él mismo podría no haber salido de ninguna imaginación. Tal vez él me imagine a mí y yo a él, y ambos creemos dos universos diferentes sin darnos cuenta, iniciando un diminuto big bang en nuestro cerebro que desate, a la mejor manera de una cadena de acciones y reacciones, un complejísimo universo de personas, estrellas y nubes.
Si yo los pienso, y en mi cabeza cada Santiago tiene una forma única y distinta a todas las demás, tiene que haber un universo detrás de ellos que respalde aquellas características. Digo; esos Santiagos no salieron de la nada, fueron criados en mundos, en países, en familias, etcétera.
Yo a todas esas cosas no las pienso. No del todo. Pero tienen que ser, tienen que estar en algún lado para que esos Santiagos puedan existir como ideas.
Supongo que los demás tendrán sus versiones paralelas también.
Me fue muy sorprendente leer El Túnel y darme cuenta de que Sábato me había inventado cuarenta años antes de mi nacimiento. Que ese señor se había imaginado un personaje, un paralelo, y lo había dotado de ciertas características… Que terminaron por ser las mías, ya leídas en mi madurez. Y Sábato no se imaginó más que un Santiago determinado, sin darse cuenta de que inventaba todo este mundo en el que yo estaba metido, para que yo fuera posible.
Sí, Sábato me inventó hace cuarenta años sin darse cuenta. Y cada vez que yo hago lo mismo, que cualquiera hace lo mismo, inventamos un alguien, un alguien por ahí, en éste o en otro universo o tiempo. Y en el mismo acto de crear, es que nosotros mismos somos creados.
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