12 de febrero de 2011

Volver


Imagino y pienso varias veces que me gustaría mucho volver. Volver a ese lugar, caminar por esas calles, respirar ese aire. Sentir la libertad, la carencia absoluta de presión, la posibilidad constante de evasión.
Calzarme las zapatillas, ponerme una remera cómoda, el jean gris, meter un par de cosas en el bolso y salir, llave en mano, otra vez, al amor y la emoción que esas calles antecedían.
Pienso en la postura que tomaría, la velocidad que agarraría para llegar a tiempo, mi mirada al cruzar las calles, mi sonrisa al pensar en mi destino, las sensaciones de tranquilidad y felicidad que a veces me faltan.
Pienso la por completo desconocida población, que parece ser el decorado de una película, funcional; tan sólo una forma de hacer que ese lugar parezca más real, que tenga más sentido.
Los edificios, igual. Nunca pienso en entrar en alguno de ellos. Pienso que cada puerta conduce a un universo negro e imposible de nada.
Pero eso ni me desanima ni me tiene ocupado. Yo sólo camino. Camino, a veces abrigado, a veces con calor, con mayor o menor apuro; pero siempre camino esas cinco cuadras, que se me hicieron tan cortas, tan fácilmente transitables.
Y pienso que al llegar, entre nervios y ansiedades, voy a tocar el timbre y nadie va a responder.
Voy a dar un paso atrás y me voy a dar cuenta de que el lugar no existe.
Voy a intentar retroceder, pero de pronto voy a estar en ningún lugar. Todos los decorados se van a desmoronar como polvo o castillos de naipes.
Y después me voy a dar cuenta de que imposible volver.

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