12 de febrero de 2011

Las murallas


¿Hasta dónde llegarán?
Me pregunté mirando las infinitas murallas.
Me descubrí de pronto estudiándolas, tratando de encontrarles sentido. ¿Cuánto había caminado, bajo su arrogante imponencia? No podía recordar el comienzo del recorrido, del sinuoso camino que me conducía indefinidamente hacia algún lugar desconocido.
Bajo mis pies, un asfalto suave, de una desconcertante superficie lisa, se prolongaba en curvas hacia delante y hacia atrás, sin marcas, sin señales. Y donde éste terminaba, hacia los costados, se alzaban las murallas sin dejar siquiera un centímetro entre los dos.
Las murallas. ¿Hasta dónde llegarán?
Las miré otra vez, incapaz de hallarles una explicación. Perfectamente verticales, se alzaban hasta fundirse en un gris estrepitoso, como un cielo raso desenfocado a kilómetros de altura. El rojo fulminante de los ladrillos (a veces naranja), no perdía fuerza en la altura, pero estoy seguro de que mis ojos no podrían ser capaces de ver a tan larga distancia. De cualquier manera, las murallas también tomaban las curvas que el asfalto les proponía, guiándome a través de un pasillo vacío, silencioso y pesado.
El aire parecía demasiado limpio, hasta esterilizado; sin saberlo tenía la certeza de que nunca podría hallar una sola mota de polvo si la buscara.
Cada curva sugería un misterio. La trampa de la esperanza que me hacía creer que al girar llegaría al final del recorrido o a cualquier otro lugar.
Pero me encontraba con otra curva; el camino nunca terminaba.
De pronto, en un tramo sorprendentemente largo, me pareció notar algo.
Sí, era la silueta de una persona en la distancia.

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