Compro una revista. Enciendo la televisión. Abro el diario. Me conecto a Internet.
¿Será que tengo un problema de visión?
En un primer momento así me ha parecido, y he corrido, a causa de los terribles consejos y advertencias de mis amigos, hacia un oculista. Luego hacia otro, y otro. Todos ellos terminaron por coincidir en una sana envidia hacia mi salud ocular. Caramba.
Hoy he abierto el diario y, como todos los días, me he refregado los ojos. No consigo leer, percibir las letras, las palabras. Mi señora lo ha atribuido a una suerte de “somatización”, un efecto “psicológico”, pero lo cierto es que no puedo ver el contenido de los diarios, de la televisión. ¡Las revistas! ¿Comprenderían ustedes lo que se siente llegar a un quiosco en la calle para encontrar que todas las portadas han sido impresas en blanco?
¿Que varias personas se acerquen y comiencen a ojearlas y no se asusten, sino que se interesen y se entretengan leyéndolas?
Y, aunque ya me había sabido bastante alarmante, hoy descubrí un problema en el oído. Ni la televisión ni la radio emiten sonido alguno. Su perfecta mudez contrasta con la dedicada atención que muchos otros les dedican, totalmente abnegados a la imagen que no existe y al sonido que no está.
Incluso yo he colocado uno de mis discos favoritos en la máquina y tras un largo esfuerzo he conseguido oír un murmullo. Un murmullo débil y casi imperceptible, como una hormiga que camina en una habitación insonorizada, como una pelusa contra el viento. Y, aunque oí, no pude entender. No era inglés, ni francés. Me pareció un ruso, si no es que sólo estaba gruñendo.
Así había sido. Cada vez percibí menos de los aparatos, del papel. Por suerte el diálogo todavía era perfectamente perceptible a mis sentidos. Mi amada, mis chicos. Ellos eran mi realidad. Su amor, su cariño.
En el exterior, sin embargo, todo se había convertido en una pintura surrealista. Las personas reunidas en torno a pantallas blancas, sentadas con papeles sin imprimir entre los dedos. Bailando música inexistente. El mundo se me hizo cada vez más imposible, cada vez más repugnante y lejano. Pero mi padecimiento no había acabado aún.
Porque una vez había salido al mercado, y me encontré con una agitada charla entre la dueña y unos clientes. Discutían, gesticulaban. Pero yo no podía oír lo que decían. Me aterroricé. Había caído en una completa sordera. No quise aceptarlo ni creerlo. Me acerqué más tan sólo para confirmar que no podía oírlas. Mi horror creció de sobremanera cuando descubrí también que era incapaz de leer sus labios. Sólo abrían y cerraban la boca sin ritmo, sin control. Una silaba repetida constantemente, una silaba con a. Y escuché un bocinazo, escuché un piar. El mundo seguía ahí pero las señoras movían la boca sin emitir voz. Hasta que la dueña se percató de mi presencia y me preguntó en un tono perfectamente audible qué necesitaba. Me fui.
Mi señora nunca pudo comprender. Pero yo estaba comenzando a vislumbrar que sucedía.
Cuando ya no escuché las voces de mi familia fue cuando entendí. Las noticias del mundo, de la realidad, me llegaban a través de ellos; yo me encontraba completamente desconectado a causa de mi problema. Hasta que llegó un momento en el que sólo me transmitían noticias. Y, de pronto, no recibía nada. El mundo había callado. Los aparatos de televisión eran una mancha borrosa en el rabillo de mi ojo. Las revistas carecían de sustancia.
Vi a personas reunirse a hablar de nada, a ver nada y a escuchar nada. Las vi disfrutando con nada y las vi reírse de nada. Vi a la gente seguir a nada como una religión. Comer nada, vivir de nada.
Después, ellos mismos me parecieron vacíos, y también desaparecieron. Las calles se destiñeron hasta el blanco infinito, mi familia junto con ellas. Las personas se consumieron en la nada y fueron consumidas por ella.
Y quedé solo.
Aunque ahí, al fin, fue cuando me di cuenta de que así había sido siempre.
2 comentarios:
jaja no somaticemos tanto, mejor nos dedicamos más a epistemologar.
Ahora en serio, me gustó mucho. Y aunque no tenga absolutamente nada que ver con el contenido del texto me hizo acordar a la sensación de cuando no tengo los anteojos puestos, es tan terrible no poder ver los gestos, la caras, pero por otro lado está bueno abstraerse... en fin... me gusto muchísimo.
Era una completa nada y un hombre también era nada. Y nada y pues nada.
Tanta nada? Supongo que alguito debe haber todavía... algo debe quedar. Y estoy segura que no hacen falta ni la vista ni el oído para sentirlo.
Algunos estamos solos... muy solos... pero conectándonos con pequeñas partes de nosotros con uno que otro ser rondando por la misma soledad.
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