Una época de paz... que se acabó abruptamente. Así me lo contó mi padre. Un terrible cataclismo que acabó con el mundo como lo conocíamos. Claro que mi padre no vivía entonces, a él se lo contó su padre. Le contó como fue que ese vórtice de luz acababa con todo nuestro presente y lograba destruir reinos enteros, en cuestión de segundos. Lo que vino después fue peor. Ese vórtice no era más que un portal. Un portal a un mundo donde la magia reinaba. Donde los Elfos y los Orcos son cosa de todo los días. Y ese portal trajo la magia y a esas criaturas a nuestro mundo, y lo cambió para siempre. Pasaron ya cien años desde entonces, y el mundo es otro ahora. Es algo completamente distinto; ahora es un mundo poblado por monstruos, espadas, y hechiceros...
Mi padre murió cuando yo tenía diez años. Recuerdo aquel momento como si fuese ayer. Un bandido elfo salió de la oscuridad, y le clavó una daga en el abdomen. Antes de irse le dijo “... Saludos de Garrawine...”; lo escupió, y después de mirarme como indicándome que debía cuidarme, huyó. Yo sabía por qué había pasado eso. Mi padre trabajaba para un... señor del crimen. Creo que le debía algún dinero, y, por lo tanto, decidió que era hora de deshacerse de él. No pude soportarlo. Ese mismo día busqué a la escoria que había asesinado a mi padre y le arranqué la garganta. Desde entonces decidí que si no podía ser unos de los buenos, sería un asesino... el mejor de ellos.
Y con ese pobre infeliz que asesiné a los diez años, tuve mi bautismo de fuego.Hoy, me trae a este castillo un objetivo más en la misión de mi vida. Un sujeto de apariencia extraña me entregó cuatro mil piezas de oro a cambio de que asesine a un tal Jarrde, un hechicero anciano. No fue difícil. Tomé una de esas espadas decorativas y se la incrusté en el tórax. Todavía está ahí, retorciéndose.
Oigo algo. Como pasos apresurados, subiendo las escaleras en esta dirección. Creo que son dos personas... están murmurando algo ahora; mejor me oculto para escucharlos.
“Maestro Tirahel, ¿Cree que mi Maestro esté bien?” Parece un niño, como de 15 años. “No puedo usar Clarividencia, joven, pero sé que Jarrde estará bien”... Un anciano le contesta. Creo que voy a tener problemas. Parecen venir hacia aquí, y creo que conocían al anciano. Rayos, ya encontraron el cuerpo.
“Revívelo, Maestro, por favor”. “No puedo hacerlo, aprendiz, lo asesinaron con un arma que él mismo conjuró, me lamento que es imposible”. “¡No!, por favor, no puede morir. ¡Maestro Jarrde!”.
El niño llora. El hechicero lo consuela. De repente, el llanto cesa.
“¡Maestro! El asesino aún está aquí” “¿Dónde, aprendiz?” “¡Allí!, detrás de esa columna. ¡Bola de Fuego!”
Tuve que saltar, y rodar en el piso para evitar ese hechizo. La columna que quizá por cientos de años estuvo allí, estalló en lo que se tarda en abrir y cerrar los ojos. Me abalancé sobre el niño que parecía estar cansado por el conjuro que acababa de realizar y lo tumbé al suelo. Después, usando su propio bastón, golpeé al hechicero anciano, que cayó al suelo. Luego sentí una fuerza terrible golpeándome la cabeza, para después ver como el universo se oscurecía.
Veo a mi padre caminando hacia mí y diciéndome “¿Esto es en lo que te has convertido? ¿En un asesino de ancianos?” “Pero, padre, estoy haciendo esto para vengar tu muerte” “De la peor manera que podías hacerlo. ¿O acaso no te has dado cuenta de que arruinaste la vida de ese niño como aquel malhechor arruinó la tuya? Me has decepcionado” “¡Padre! Por favor espera...”
Despierto en lo que parece ser una mazmorra, con las manos y los pies encadenadas. Sin que me haya dado cuenta, el niño había estado ahí, mirándome. Se puso de pie y se acercó. “¿Tu nombre?”, me dijo.
“¿Quién quiere saberlo?” le pregunté. No contestó. Entonces usó otra pregunta. “¿Por qué?” “¿Por qué qué?”. Se acerco aún más, a tal punto que podía sentir su aliento frío, típico en los hechiceros, y me preguntó “¿Por qué mataste a Jarrde?”
No quería contestarle. No era de su incumbencia. No debía contarle, pero... lo hice. “Me pagaron para matarlo. No lo conocía. ¿Podrías soltarme?”. La piedra preciosa incrustada en la punta de su bastón comenzó a brillar. Brilló más y más fuerte, y yo creí que esa sería la última luz que vería brillar. Cuando de repente, alzando su bastón a la altura de mi cabeza, exclamó “¡Libre!”. Y las cadenas se soltaron, acabando con el terrible dolor que me causaban en las muñecas. Me puse de pie y descubrí que la altura del niño llegaba hasta mi pecho. Me miró a los ojos y recordé en su mirada mis ojos al ver al asesino de mi padre. Entonces me di cuenta de que podía hacer algo. Algo que, en el fondo, encontraría la redención para mi padre, el niño y para mí. Y le propuse algo que creí que jamás podría decirle a alguien.
“Tienes dos opciones ahora. Aunque lo creas o no, estoy arrepentido por lo que hice, y creo que existe sólo una forma de que pueda redimirme y poder saldar la deuda que tengo contigo. Por un lado, puedes intentar matarme para vengar a tu maestro. Y por el otro, puedes ser mi protegido y dejarme ocupar el lugar de Jarrde”.
Frunció el ceño tan fuerte, e hizo rechinar tan fuertemente sus dientes que pensé que elegiría la primera opción. No sé en qué habrá pensado, no tengo idea de qué podrá haber pasado por su mente en ese momento, pero la decisión que tomó me sorprndió. Cuando abrió su boca, con la voz un poco temblorosa, me dijo “¿Tu nombre?”. “Arkano, ¿Y el tuyo?” “Cefeo”
“¿Padre? ¿Padre? ¿Estás ahí?”
“Aquí estoy, hijo”
“Perdóname por no poder vengar tu muerte como quisiste”
“Pero hijo, supiste redimirte y has terminado sabiamente con el objetivo que te habías propuesto. Y con respecto a mi muerte, hijo, considérala vengada, considérala... vengada”.
1 comentario:
Ya lo lei antes...
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